Y vimos cambiar las estaciones
Philip Kitcher y Evelyn Fox Keller
Traducción de Silvia Moreno Parrado
Errata Naturae
Madrid, 2019
350 páginas
Con
el subtítulo “Cómo afrontar el cambio climático en seis escenas”, los
científicos Philip Kitcher (Londres, 1947) y Evelyn Fox Keller (Nueva York,
1936) ponen sobre la mesa seis escenas dialogadas en las que se habla sobre el
cambio climático y sobre el escepticismo que existe acerca del cambio
climático. El mensaje es claro y no por repetido menos urgente: no podemos
atender a los problemas de la humanidad si el mundo se va al garete, algo que
está mucho más próximo a ocurrir de lo que nos creemos. Uno de los personajes
en el diálogo, un rol reservado a la figura femenina, sostiene lo urgente de
atender a una regulación que evite, o al menos ralentice, los efectos del
cambio climático. La otra, un hombre que por suma de arquetipos es todos los hombres
del mundo occidental, muestra su escepticismo ante la puesta en escena del
ecologismo y duda de los vaticinios, o apuesta por defender otras injusticias.
Sobre
el cambio climático provocado por el hombre no existe duda entre la comunidad
científica: es real. Lo que surge en las conversaciones atiende a las
consecuencias del mismo, pues no existen modelos sobre los que asentar
certezas. Se sabe que la temperatura global se está incrementando, pero nadie
puede garantizar en qué año desaparecerán las costas de Maldivas o los Países
Bajos. Se sabe que los accidentes meteorológicos se incrementan y se vuelven
extremos, pero nadie garantiza cuándo un tifón volverá a arrasar las costas de
Nueva Orleans. Se sabe que el planeta agota sus recursos, pero nadie vincula la
explotación a los gases de efecto invernadero que, esto sí que se podrían
cuantificar, surgen de un modelo económico basado en un crecimiento infinito.
En
el libro surgen dilemas morales, pero referidos a varios ámbitos: la ética
individual, la responsabilidad política (individual y del colectivo), la
solidaridad geográfica y la actuación social. De alguna manera, tendremos que
concluir que vivir no es inocente, que cualquier cosa que hagamos, incluido
morir, afecta a una deriva que nos lleva al desastre. La apelación al legado
que dejamos a nuestros sucesores parece ser el único argumento que convence,
pues a cierta edad uno sabe que no verá el colapso. Sobre esta causa como la imprescindible
han escrito autores como Chomsky o Jared Diamond. El problema, como el de las
enfermedades invisibles, es que no nos impide llegar a final de mes, o al menos
nadie ha establecido la pauta, el gráfico, o ha disparado la fotografía que nos
convenza de ello. En una época en la que las causas de justicia se han
fragmentado, convendría volver a unificarlas para reorganizarlas en lo que se
conoció durante los años sesenta y setenta como la lucha de la izquierda: el
ecologismo, el feminismo, la opresión salarial, la explotación laboral, la
defensa de etnias minoritarias, la lucha contra la xenofobia o el racismo… en definitiva,
la igualdad, la solidaridad, el amor universal, razones por las que los autores
han elegido una figura femenina para defender la lucha contra el cambio
climático: el mismo patriarcado atribuye mayor sensibilidad, mayor poesía, a la
figura de la mujer.
Pero
no podemos combatir la injusticia si no tenemos un planeta habitable. Esta
realidad es ingrata. De hecho, resulta comprensible querer huir de ella, no
reconocerla, refugiarse en el hedonismo o en el cine, incluso en una actitud
esquizofrénica para crear un mundo alternativo dentro de la cabeza, en el que
la vida sea más amable. Pero este mundo es el único sitio en el que se puede querer
bien, respirar bien, tener buenos amigos y hasta comer bien, también en
compañía de buenos amigos. Esa es otra parte de vivir que sí, que es inocente.
En cuanto a los estudios sobre el cambio climático, los autores reflejan su
convicción utilizando una frase de Sherlock Holmes muy oportuna: “Una vez
descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que sea, tiene que ser la
verdad”. El problema es que al existir un debate nos han confundido: sospechamos
que el debate es sobre si existe o no un cambio fuera de lo natural, provocado
por el hombre, y tal debate se canceló hace tiempo. El debate versa sobre las
consecuencias y nuestro deseo es que no lleguen jamás a producirse.
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