Tras los pasos de Livingstone
Xavier
Moret
Península
Barcelona,
2019
357
páginas
Xavier
Moret (Barcelona, 1952) lo reconoce y dicta al principio de su periplo
africano: el libro será una paradoja, pues para escribir un relato uno utiliza necesariamente
una buena dosis de razón, pero el viaje por África nos mostrará un territorio
donde la razón se abandona, dando paso a la pura intuición. Este principio es
un prejuicio que intenta dejar de ser tal. Que uno se vea en la tesitura de
improvisar constantemente, supone que las trabas se afrontarán con buen humor,
pero da por supuesto que saldrán al paso trabas. El espíritu con que Moret
afronta el viaje navega entre varias aguas: no reniega de la cara del turismo,
pues es complicado, por no decir imposible, que en Uganda, por ejemplo, te
reconozcan como uno de ellos. Siempre serás un muzungu, un turista blanco, sin camuflaje y con una cierta
atribución de poseer dinero que incomoda hasta al más sereno y espartano de los
viajeros. Moret sabe que viaje en una época de turistas, tal vez unas décadas
más tarde de lo que le hubiera gustado. De hecho, confiesa, en alguna ocasión,
el lamento que produce ver la evolución hacia la farsa de la civilización de
ciudades, playas o montes que conoció anteriormente.
Así
y todo, no existe un rencor nostálgico en la narración del viaje, que le lleva
de Zanzíbar a Uganda, de Kenia al Congo. A lo largo de la aventura va
descubriendo lo que se nos escapa con más facilidad desde aquí, lo que afecta
al individuo, al africano. Se impone el carácter del viajero que pretende seguir
aprendiendo. Ahí está la hora de saldar deudas con el lago Victoria, que
destacará por su inmensidad y belleza, sí, pero también como trastienda de la globalización
neoliberal, que lo ha convertido en un cubo de basura tal y como refleja el
documental La pesadilla de Darwin,
que Moret ve con doce años de retraso. Mientras tanto, nos habla, con un estilo
semejante al de Javier Reverte en El sueño de África, de la historia de la
exploración, de la historia de la colonización, también la religiosa, y de los
que vivieron todo tipo de aventuras en tiempos en que la palabra turismo estaba
reservada para los aristócratas que visitaban algún balneario. El libro gana en
facilidad narrativa cuando se refiere al presente, a sí mismo como protagonista
de un viaje que ejecuta siendo un mero peón y no el rey. Historias como la de
Burton y Speke ya son muy reconocidas, a pesar de lo cual Moret sabe encontrar
algún dato, algún detalle que no habíamos frecuentado. Otras sigue siendo imprescindible
divulgarlas, como la matanza y la tortura durante la colonización del Congo.
En
buena medida, un libro como este nos devuelve la cuestión de los límites entre
lo mitológico y lo legendario. África es el gran continente para los viajeros
de lo diferente, desde el punto de vista occidental: una fauna casi
prehistórica y un territorio sin carreteras siguen perpetuándola como la gran
desconocida. África es un mito. Pero como mito pertenece a los europeos y
norteamericanos, por ejemplo. Para el africano, su tierra es una leyenda, como
lo son para nosotros los exploradores, muchos de ellos británicos, como Livingstone,
que la recorrieron. Mito y leyenda se refieren más a lo desconocido que a la
ciencia, son, por tanto, necesarios. Esa África es la que quiere recorrer
Moret, un lugar que soporta todas las interpretaciones, erigido entres sueños y
la dura realidad, un lugar donde, como le dice un español a punto de abandonar
su negocio en una hermosa playa de Zanzíbar, “aunque sea duro admitirlo, los
paraísos destiñen”. En resumen, un continente que Moret resume, para el viajero,
en una frase de Paul Theroux, que puede ser sospechoso de muchas cosas, pero no
de soberbia: “A veces da la impresión de que África es un lugar al que se va a
esperar”.
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