Cuentos completos
Evelio
Rosero
Tusquets
Barcelona,
2019
355
páginas
La
construcción del mundo pertenece al planeta de los sentidos. Esa parece ser la
norma rige estas obras de formación, en las que Evelio Rosero (Bogotá, 1958)
pone el lenguaje a fermentar en función del mundo sensual. No se trata de obras
de concepto ni de escritos desde la rabia, ni siquiera de abundancia de otra imaginación
que no sea la de la música, la de las palabras. Son obras escritas, en buena medida,
antes de que Rosero consiguiera encontrar el tono de su mundo propio, el que
hemos leído en Los ejércitos o Los almuerzos. Con ese bagaje a sus
espaldas, sabiendo que ya no es necesario demostrar lo que es capaz de
construir, se nos ofrecen ahora los apuntes y casi las partituras que le
llevaron hasta allí. Esta recopilación es un ejercicio de retorno en el que el lenguaje
se articula para construir una existencia, o varias, o sucedáneos de
existencias. El libro se divide en función de la temática, pero siempre tienen
los relatos un trasfondo realista, más que mágico, más que fantástico, aunque
Rosero trate de envolverlo en otras telas.
Uno
se va preguntando, a medida que se adentra en los cuentos, por el espíritu
hedonista de los mismos. Resulta extraño un proyecto tan puramente literario que
se despoja de cualquier otra función que pudiera tener el relato. Rosero va
desplegando su aprendizaje en cuentos resueltos con el diálogo, el perfil o con
influencias de los cuentos de hadas y del realismo social. El imperio del oído,
sea como sea, siempre está de manifiesto. De ahí que no sea fácil identificar
el tema único de las obras, que es la maldición de la soledad. Tanto sus
narradores como sus protagonistas, de diversos estratos sociales, de actualidad
o de época, sufren una vida en la que los demás son una compañía que no basta
para rellenarla, para justificarla, para entenderla, si es que hay algo que entender,
si es que nos empeñamos en justificar lo injustificable, si es que algún
relleno gestiona que nuestras carencias de amor estén cubiertas. El cuarto hijo,
el pequeño, que escapa del hospital con sus hermanos, o la reina que juega al
ajedrez buscando un rey del que enamorarse, ignoran con igual intensidad cuál
es el tema de la vida, que es la única obra literaria que carece de tema.
Rosero ha conseguido apaciguar ese vacío existencial con palabras, con el
lenguaje, con los recursos musicales que se permite lo verbal.
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