Sabía leer el cielo
Timothy
O’Grady y Steve Pyke
Traducción
de Enrique Alda
Pepitas
de calabaza
Logroño,
2016
175
páginas
Inmigrar
supone no volver a tener suelo bajo los pies. La patria, o la sensación de
refugio que es la patria, no la geográfica, o no solo la geográfica: la
amistad, los vínculos amorosos, los juegos de la infancia, desaparecen. Y uno
se queda para siempre sin suelo bajo los pies, aunque regrese al lugar donde
nació. El resto de la vida lo pasarán echando de menos. ¿Qué es echar de menos
a alguien? “Es la sensación de estar en un lugar desconocido y perder el rumbo.
Es la sensación d mirar sin ver y comer sin saborear. Es olvido, la incapacidad
de moverse, la incapacidad de conectar. Es una sentencia que se ha de cumplir y
si la persona que se echa de menos está muerta, es una sentencia muy larga”.
Así se expresa el narrador de esta crónica, que es un solo inmigrante, pero es
la suma de muchos inmigrantes. Es una única voz, plural, un único amor, plural,
una sola melancolía, plural, una suciedad, plural, un robo del futuro, que es
el mismo para todos los entrevistados gracias a los que se construye este libro
sobre un mundo que es lo contrario al paraíso, excepto por unos pequeños
huecos, en los que habitan los que ganaron la oposición de cuna, o mientras
vemos una película de Disney.
Pero
el protagonista plural, hombre, mujer, anciano, niña, de esta estremecedora
crónica habita en todo el planeta. Se nos representa en un lugar privilegiado,
la Inglaterra de la bonanza económica, y de un origen concreto, la Irlanda
rural. Pero lo que cuentan sucede en la historia universal de cualquier calle.
El libro es fragmentario y está hecho de pequeños gestos, de los planos que
abarca la mirada, de actos minúsculos en comparación con la humanidad: salir de
casa, enamorarse, trabajar, ser nadie, el tren, los caminos que se alejan, la
sucia convivencia con animales, la esclavitud que supone el trabajo físico. Lo
indeseable: el único escape a la pobreza es la muerte. En ese sentido, este
libro es un tumor o un funeral. Y, sin embargo, trata sobre alguien que es
capaz de ver una sirena en una mujer con las manos huesudas y un ojo de
cristal.
Durante
páginas y páginas, en las que nos enfrentamos a la par que al texto a unas
fotografías desalentadoras, donde el blanco y negro niegan la posibilidad de
belleza y de redención, y aun así resultan admirables, se niega la famosa
afirmación de Tolstoi: cada familia desgraciada tiene una historia propia.
Porque aquí todas ellas se funden en el mismo espíritu. El relato variaría solo
en su enunciado. Pero de lo que trata, de lo que habla este narrador plural, es
de que la autoestima es un lujo que no se pueden permitir. Solo hacia el final
encontramos un descanso, y es una despedida. Y, por consiguiente, una tristeza.
Fuente: Culturamas
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