sábado, 25 de noviembre de 2017

A TRAVÉS DE LA NOCHE

A través de la noche
Stig Saeterbakken
Traducción de Cristina Gómez-Baggethun y Oyvind Fossan
Mármara
2017
296 páginas

PUTA MIERDA DE LOS COJONES. Con perdón. Así es, con mayúsculas, como empieza este libro que es novela por la sencilla razón de que el autor ha puesto al protagonista un nombre distinto al suyo. Sorprende que se ande con menos tapujos que un macarra del Bronx con una botella rota en la mano, dispuesto a vengar la violación de su hermana, sobre todo porque a lo que más se parece esta obra, a la hora de la verdad, es a Virginia Woolf. Todo lo que sucede, sucede dentro de la cabeza del protagonista, narrador. Pero entre la cabeza y los ácidos del estómago hay una conexión tan directa como el hilo que unía los vasitos de Danone con el que construíamos nuestros teléfonos infantiles. Porque a la par que los sucesos, el autor conjura toda su vida para referirla en menos de trescientas páginas. En ese sentido, es inevitable que a uno le venga a la cabeza la obra río de Knausgard. Pero a la hora de cotejarlos, el más famoso, el más explícito, el más voluminoso, empequeñece. Knausgard se convierte en un autor, con demasiada frecuencia, al que le sobran páginas. Mucho de lo que cuenta importa poco, no es nada que no hayamos visto o leído anteriormente. Nos obliga a tener una paciencia de gran lector para despertarnos en los momentos más brillantes.
Pero, por otra parte, Knausgard es un nihilista que pretende escribir una obra nihilista por puro placer. Suena a paradoja, pero esa es la certeza: el placer del nihilismo. Sin embargo, en este A través de la noche el nihilismo es más falso que una escopeta de madera. En Knausgard existe una conciencia de poner orden en su pasado, como un borracho saldando deudas sin importarle llevarse por delante a lo que uno se supone que le debe amor divino, como es a los padres. Pero aquí no hay deudas. Aquí hay culpa. El narrador es un dentista, un hombre que conoce a la gente por el cielo de la boca y las caries de las muelas, que ha perdido un hijo. El suicidio del hijo echará por la borda su matrimonio. La mujer le culpará en abstracto, porque alguien tiene que tener la culpa y no consiente pensar que es ella. Y él afronta un luto en soledad por eso que decía Sartre, que en este caso se cumple, de que el infierno son los otros. No engaña a nadie, porque sabe que de hacerlo perdería ese sentimiento que le obsesiona, que se conoce como libertad. Que la libertad sea una obsesión es otra de las paradojas que aprendemos en este libro. Y lucha contra la autocompasión, sabe que no es un fracasado, en ese sentido, es un hijo de los tiempos que le tocó vivir, en los que el nihilismo se aparea con una mirada existencialista, para dar lugar a la ebriedad más propia del hombre del siglo XXI, que siempre viene en forma de neurosis. No hay consuelos para él, no lo hay en el viaje, que es el gran consuelo de los mediocres. Ni siquiera se permite el dolor, porque lo encuentra igual de cursi que la felicidad.

Así pues, ¿de qué trata este libro? Apenas hay trama, excepto en la resolución final, de obligada lectura metafórica. El libro afronta las relaciones humanas, en las que la que mantiene con su hija viva, más platónica que física, es la de mayor relevancia. Pero el libro trata sobre la imposibilidad de reinventarse. Y esa imposibilidad no viene por la incapacidad de crear una nueva vida, de largarse a otro lugar y encontrar otro empleo, o incluso de fundar otra familia. No. Lo que resulta imposible es desaprender. El narrador menciona aparecer de la nada como su sueño. Pero el problema es llegar a la nada. Y los demás se encargan de que no podamos alcanzar esa meta, desaprender, reiniciar cuando la única salvación del nihilismo, del existencialismo y de la vida, es nacer de nuevo.

Fuente: Culturamas

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