viernes, 3 de noviembre de 2017

SOLOS EN LONDRES

Solos en Londres
Sam Selvon
Traducción de Enrique Maldonado Roldán
Automática
Madrid, 2016
175 páginas

La idea del viaje como el bienestar, el paraíso, las vacaciones o la aventura, se da de bruces contra los vagabundos, los mendigos, los que huyen y los inmigrantes. De entre todas estas últimas versiones obligadas del viaje, uno puede encontrar cierto romanticismo del perdedor cuando se le narra la vida de un vagabundo, un mendigo o un tipo que no quiere saber nada de sus fantasmas. Pero no hay nada rosa, ni azul, en el desahucio que supone la inmigración. Con una mano delante y otra detrás, sorteando cualquier valla que apuñala y la malquerencia de los habitantes que podrían acogerles, los inmigrantes económicos, los inmigrantes de la guerra, esos que llamamos refugiados y a quienes, paradójicamente, se les niega refugio, son los deshechos del darwinismo social a escala planetaria. Muertos de hambre y frío, prostituidos para salir adelante, con alguna de las millones de formas que existen de prostituir nuestros cuerpos, que no son necesariamente sexuales, lo que respiran no es vida. Con el aliento se enganchan a lo que pueden por la mera carestía animal de seguir respirando. El fenómeno de la inmigración nació en una época industrial, cuando a los habitantes de los países del Tercer Mundo les llegó la noticia de que hasta los parientes pobres de sus colonos vivían mejor que ellos.
Samuel Selvon (San Fernando, 1923 – Puerto España, 1994) refleja la realidad de la minoría inmigrante caribeña en un Londres de los años cincuenta, en esta hipnótica historia coral que es Solos en Londres. Hay que decir que lo primero que llama, y mucho, la atención es la sintaxis caótica, irregular, áspera, el lenguaje que utiliza tanto su narrador como sus personajes. Algo que nos obliga a permanecer siempre atentos, en esta valiosa traducción de Maldonado Roldán, porque si perdemos comba quedamos fuera de la novela. Sí, esa realidad que es este lenguaje provoca en el lector la impresión de que jamás los inmigrantes llegan a integrarse. Da la impresión de que todo el rato estuvieran acabando de bajar del barco para expresar su primera frase en un inglés sin gramática. Pero es el que comparten los círculos en los que se mueven. El mismo inglés de todas las personas de color, pues será la piel lo que les transforme en una comunidad, con independencia de su país de origen.

La estructura es muy sencilla. Cada diez o doce páginas se nos va presentando un personaje nuevo. Y a medida que avanzamos, cada personaje se va incorporando a la acción. Es un encadenamiento y una acumulación. Pero resuelto de tal manera que no nos perdemos entre la multitud que poco a poco va creando. El uso de pseudónimos en lugar de nombres nos ayuda a seguir la lectura y nos mantiene en la marginación. Uno espera encontrarse algo así como una mezcla entre el Jack London de La gente del abismo y ciertos relatos de V. S. Naipaul. Sin embargo, no hay intención periodística o de literatura de alto grado en Selvon. Hay cierto humor al conocer al nigeriano mujeriego que no se levanta de la cama si no tiene para comprar el pan, al mulato que se niega a ser identificado como negro, a las mujeres que se obstinan en mantener sus costumbres y repiten esa muletilla de “de donde yo vengo”, al tipo arrogante e inofensivo que en lugar de trabajar juega a la lotería o en juerguista que organiza fiestas para peces algo más gordos. Poco humor queda para las prostitutas a quienes Selvon trata con un eufemismo moral que ellas agradecen. Pero ese humor, esa inocencia, ese machismo, la mendicidad y el saberse, o no, buscar la vida, está siempre, como el lenguaje, en función de algo. Y ese algo es el aprendizaje de la resignación, que funciona como la ley de Ohm: cuanta más resistencia uno pone, menos energía le atraviesa en canal. Y la resignación es, no lo olvidemos, uno de los peores males de la humanidad.

Fuente: Culturamas

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