lunes, 27 de noviembre de 2017

LA REPÚBLICA DEL VINO

La república del vino
Mo Yan
Traducción de Codra Tiedra
Kailas
Barcelona, 2010
451 páginas


Un empacho y otras imprudencias

Guan Moye, cuyo seudónimo como escritor, Mo Yan, significa No hables, la consigna que le transmitió su padre durante la Revolución Cultural, se dio a conocer en Europa gracias a la adaptación de su novela Sorgo Rojo, llevada al cine por Zang Yimou. Aquella historia recreaba con belleza la China de los años 30, al tiempo que reflejaba sin concesiones la violencia de la guerra. Se trataba de una novela magnífica, que dio pie a que la editorial Kailas se atreviera a recuperar la parte más importante de la producción de este autor: la novela río Grandes pechos, amplias caderas, donde la vida doméstica se combina con la épica para retratar, con un personaje femenino firme frente al sufrimiento al que se homenajea, la historia de China durante el siglo XX, constituyendo la que tal vez sea su mejor obra junto a Sorgo Rojo. Las baladas del ajo, una obra comprometida políticamente, donde se plantea la ausencia de compasión en un mundo creado sin espacio para las ilusiones individuales. Y La vida y la muerte me están desgastando, otra fábula de la resistencia frente al igualitarismo totalitario.
Recientemente ha llegado a las librerías La república del vino, otra obra satírica, cruda, fantástica y simbólica, en la que se rastrean influencias de lo real maravilloso, pero también de Kafka e incluso de Boris Vian y, en la minuciosidad física de las descripciones, de William Faulkner. A todo esto cabe añadir las referencias culturales asiáticas, de complicado acceso para el lector no familiarizado con la literatura y el arte chino. Y también, en cierta medida, las de Rabelais, autor de Gargantúa y Pantagruel, dada la exageración con la que aquí está tratado el tema de la comida, del alcohol e incluso del sexo, con exuberancia e incluso con estrépito, hasta el punto que se transforma en un texto tan hiperbólico que a veces caería en lo grotesco de no ser por su contenido escatológico y con frecuencia sádico. De ahí que resulte complicado comulgar con la propuesta de Mo Yan, ser su cómplice en la narración y construir un ente creíble en la mente de quien lee, antojándose una farsa estúpida, algo que, por otra parte, en confesión del narrador, es la intención del libro.
La república del vino cuenta la historia del inspector Ding Gou’er, a quien se le encarga certificar la veracidad de un rumor que acusa a los habitantes de cierto territorio de practicar una antropofagia doblemente perniciosa, dado que el menú lo constituyen niños y estos se cocinan con esmero, para que lo degusten los mejores gourmets. Al llegar a dicha región, Gou’er descubre que sus habitantes están tan familiarizados con el alcohol como cualquier persona con el oxígeno que inhala. Mientras tanto, uno de esos habitantes, un especialista en licores con pretensiones de convertirse en literato, intercambia epístolas y reflexiones sobre la creación literaria con el propio Mo Yan, a partir de unos cuentos cuya catalogación da pie a interpretar las intenciones del autor con esta obra, pues los califican como realismo crudo, realismo diabólico, realismo salvaje o neorrealismo. En cualquier caso, inciden en los efectos de fuerza que rodean el relato de un viaje absurdo, en el que un inspector de policía no consigue encontrarse a sí mismo o, tal vez, en el que Mo Yan no sabe muy bien qué hacer con su personaje. Es posible que esta fábula esté escrita sin un plan previo, confiando demasiado en la imaginación de un autor con la autoestima por las nubes. Aunque también es posible que la lectura metafórica sea la que salve la novela: el mundo aparece como un lugar fuera de control, el narcisismo del protagonista es tan débil como potente su lujuria, el alcohol que domina no deja de ser una droga equiparable a la propaganda de un régimen agresivo, y la elección de niños en el menú provoca tanta repugnancia como la colonización de las mentes a que se somete a tanta gente desde la cuna. Lo mejor de esta novela es que da pie a preguntarse si esta forma de colonización no se produce también en regimenes articulados por eso que se llama democracia.


Fuente: Quimera

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