martes, 14 de noviembre de 2017

INCENDIOS

Incendios
David Means
Traducción de Toni Hill
Mondadori
Barcelona, 2006
159 páginas
13 euros

Quemando las cenizas




En una equívoca decisión editorial, se ha optado por traducir Assorted Fire Events, algo así como Diversos sucesos de fuego, como Incendios. El título sería acertado de no ser porque no hace tanto que se publicó en nuestro país otro libro de relatos de igual título, escrito por Richard Ford, un escritor al que David Means debe más que al ubicuo Raymond Carver, quien, a juicio de los redactores de los textos de contraportada y solapa, es el antecesor de Means. Con mantenernos en el nivel de la textura del texto bastaría para comenzar a darnos cuenta de que aquello que diferencia a Means (un autor al que debemos seguir la pista, por lo que se puede descubrir en alguno de estos relatos) de Carver le aproxima a Ford: una prosa fluida y rica, de frases más largas que se construyen con yuxtaposición, sin renunciar a subordinar cuando se torna más envolvente, que es cuando penetra dentro de la cabeza de sus personajes, y sin renunciar tampoco a las frases cortas para hacer galopar la narración en momentos precisos. Esto lo podemos comprobar desde los dos primeros relatos, Incidente en la vía férrea y Coito, dos experimentos juveniles que no van mucho más allá de tratar de romper para sí mismo los límites del cuento. A juicio del que suscribe, el libro ganaría en intensidad si se hubieran cercenado estas páginas. Aún así, ya empezamos a descubrir que al igual que sus antecesores –los mencionados Carver y Ford-, caracteriza perfectamente a sus personajes por su indumentaria, sin recurrir al físico ni a azotes extraídos de un diccionario de psicología, para facilitar la identificación de los mismos, una generalización que nos remite a las tribus urbanas. Un uso clásico de estereotipos en la tradición de la narrativa norteamericana.
Hasta ahí, Means es el Carver que introduce a sus personajes en situaciones comprometidas. A partir de ahí, dado que sus personajes piensan, recuerdan, asocian sentimientos a sucesos y previsiones de futuro, y no se anda con miramientos a la hora de contárnoslo, pasa a ser Ford, o acaso un lector de literatura europea, de, ¿por qué no?, Dostoievsky. Dado que tampoco siente prisa por hacernos llegar al final, que se entretiene en una densidad que no es solo de sucesos, librando a su escritura del fuerte sabor seco de Carver, parece conocer el flujo de conciencia de alguien como Virginia Woolf. Además, compone textos poco redondos, fragmentados, con sucesiones temporales alternas, manipulando al dios tiempo de manera poco convencional para las distancias cortas, lo cual nos hace pensar en un escritor más dotado para la novela que para el relato, donde por alguna razón sigue triunfando la forma redonda; es decir, Means, probablemente sin pretenderlo, nos hace pensar más en el Frank Bascombe de El día de la independencia que en la trama de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?
En todos los relatos existen factores comunes, los que irán elaborando el mundo propio de Means. El primero de ellos, el más molesto, como reconoce él mismo en Lo que espero, es la muerte de alguien, la necesidad de que alguien fallezca para tratar de enganchar al lector. El segundo, mejor tapado y saliendo a flote cuando procede, es que sus personajes no tienen la vida sexual resuelta. El tercero, el más interesante, es la exploración de los momentos de dolor, un tipo de atención que nos habla de lo que puede haber de trascendental en el hombre que siente. Ahí están los cuentos más recomendables del volumen para demostrarlo: el estupendo Lamento en el oso dormido, que trata sobre el padecimiento del recuerdo vivido como una culpa, o La reacción, donde nos lleva a confundir a un médico con el coro de sus enfermos. Desde esos dos relatos en adelante, todos merecen la pena.


Fuente: Culturas/Tribuna

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