El mapa del tesoro escondido
Mo
Yan
Traducción
de Blas Piñero Martínez
Kailas
Madrid,
2017
111
páginas
Acostumbrados
a las novelas de Mo Yan, tan largas como para introducir toda la historia de
China en el siglo XX mientras cuenta cómo madura y envejece una mujer, por
ejemplo, acostumbrados a su creación de mundos, hasta el extremo de que pocos
autores son tan capaces de hacerte viajar como Mo Yan al corazón de una
cultura, acostumbrados a la obra maestra que es Sorgo Rojo, por ejemplo, sorprende encontrarse con un volumen que
uno tiende a pensar que se trata de una Nouvelle. Y, sin embargo, a lo que más
se parece es a un cuadro de una exposición, con un estilo aparentemente
costumbrista, o a una obra de teatro en prosa. O, incluso, a un duelo de
cuentacuentos, que en buena medida es el género literario más sincero, el que
reconoce que la realidad se alimenta de la ficción y la ficción se alimenta de
la realidad. Y en este caso, Mo Yan es especialista en la realidad y la ficción
de China, de los callejones donde China todavía no está inundada de franquicias
ni se ven las autopistas de ocho carriles. Este Pekín es tradición, sí, pero Mo
Yan no entiende que por ser tradición sea mejor. De hecho, en algunos pasajes
del libro la vemos como grotesca o macabra.
El
libro presenta una situación muy sencilla: dos amigos se reencuentran y deciden
comer en un restaurante tradicional, regentado por dos ancianos que suman más
de doscientos años. El origen campesino y la adaptación a la urbe, está
presente en los corazones de los personajes. Y junto a este tema, lo estará la
riqueza y la pobreza, y la lucha de clases que no siempre es horizontal, porque
hasta en Pekín han conseguido que el pobre se enfrente al pobre. Pero, eso sí,
la novela contiene el único tema sobre el que, a la postre, merece la pena
hablar: la dignidad. Se reflexiona, para el lector, no entre los protagonistas,
sobre qué tipo de dignidad le concierne a cada hombre, a cada casta. Estamos
frente a la dignidad atribuida socialmente, que se confronta con la del mero
hecho de ser humanos. Una es local, la otra universal.
En
lugar de elegir una forma de diálogo semejante a la del teatro, Mo Yan consigue
confundir al lector que no esté muy atento. El texto sigue las conversaciones
de corrido, pero es que, en realidad, quién hable, por momentos, no es lo que
importe. Lamentamos los juegos de palabra perdidos en la traducción y
agradecemos la labor de Blas Piñero en las notas a final de obra. Pero
lamentamos perder el valor de ciertos referentes, porque se trata de un texto
denso, mentados por los personajes. Como en las leyendas, por ejemplo, que
pueden ser cotidianas o mitológicas, y que tanto unas como otras pueden ser
creídas o no, porque son realidad y son ficción, porque el tigre mítico no es
menos real, en términos literarios, que el mendigo o el oficinista. Pero entre
ellos, entre los personajes, saben entenderse, incluso cuando se desencuentran.
En el callejón de Pekín se conserva la dignidad de barrio, el sentido de
comunidad, saber que se comparte lo común.
Y
mientras tanto nos hablan de cirujanos patosos, de pelos de tigre, de milicias
tan torpes que solo saben cazar conejos, de la ignorancia que Mo Yan consiga
hacernos dudar sobre si se trata o no de un error. Todo es un tanto
hiperbólico, de manera que, si lo traducimos a la vida que creemos real, solo
confiaríamos en que es cierto la mitad de la mitad del pasado sobre el que
divagan y que les ha transformado. En cualquier caso, estamos frente a la magia
de la literatura, que son las licencias literarias. Mo Yan no pierde la idea de
que su trabajo es escribir, pero tampoco el fin último que busca la obra, que
es el de dejar una pequeña huella para poder marcharnos en paz de este mundo.
La confrontación entre los ancianos y los comensales, de la que se sirve, es
metafórica: la diferencia entre la adaptación y la conservación. En definitiva,
Mo Yan vuelve a sorprendernos con literatura, con algo que nos azota desde unas
premisas y unos referentes que nada tienen que ver con nuestro uniforme y
patético mundo occidental.
Fuente: Culturamas
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