martes, 28 de noviembre de 2017

LOS PERROS DE TESALÓNICA

Los perros de Tesalónica
Kjell Askildsen
Traducción de Kristi Baggethun y Asunción Lorenzo
Lengua de trapo
Madrid, 2006
107 páginas
13,95 euros

El corazón baldío

Esta es la tercera entrega de la obra del noruego Kjell Askildsen que nos facilita la editorial, Lengua de trapo. Si la literatura se dividiera en función de las naciones donde habitan los escritores, tendríamos que decir que Askildsen representa a uno de los géneros, el escandinavo, más desconocidos en nuestro país. Por fortuna, la literatura no se cataloga así. Si existen clásicos, estos pertenecen a todo el mundo. Cualquier obra de un premio Nobel, es una obra universal. Un estilo de escritura, inventado en la región del mundo que sea, será un estilo que podrá heredar un autor de las antípodas. De ahí que a nadie pueda extrañarle, a estas alturas, que un autor del norte de Europa recoja el estilo mínimal más propio de California, y se invente cómo acoplarlo a su visión particular del mundo humano. Al igual que en los dos volúmenes anteriores, Un vasto y desierto paisaje y Últimas noticias de Thomas F. para la humanidad, en los siete relatos que componen este volumen, narrados en un estilo austero, seco, sin virtuosismos que indiquen rastros poéticos en las vidas de los seres que los pueblan, se refleja un pesimismo desolador, una sensación de vacuidad y sin sentido, de forma que esa tendencia de la humanidad, a la que se ha visto abocada por una fuerza superior que uno llamaría destino de no ser porque mirando al planeta con una visión más amplia se da cuenta de que sí hay otras formas de vivir, otras posibilidades de elección. Ese destino, ahora sí, más propio de ciertas sociedades, como la noruega, es el que condena a los seres humanos, de Noruega y los países semejantes, a poseer un corazón baldío. “Tenemos que estar contentos con lo bien que vivimos”, ha declarado Askildsen, “dice la gente, la mayoría vive peor. Y luego toman pastillas contra el insomnio. O contra la depresión”.
Los protagonistas de estos relatos son unos seres desnortados, embarcados en un mundo del que ellos no poseen el timón, y que parecen haber aceptado ya ese escenario, hasta el punto de perder lo que confirma que el hombre vive, que es la habilidad y la pasión del deseo. Estos tipos, en los que ser solitario es sinónimo de estar asolado, no registran ningún rubor al hacer o decir lo contrario de lo que piensan o de lo que sienten, si es que les queda algo de sensibilidad en su conciencia, si es que, en realidad, el libro no trata sobre la desidia de lo cotidiano, cuya conclusión es, finalmente, la estupidez de tener conciencia. Todos ellos han fracasado en un proyecto de vida, cuyo origen o intención no se descubre, pero que se reconoce en los propósitos de mantener contacto con la gente, de relacionarse, que tuvieron en su momento. A lo largo de los fragmentos de lo cotidiano que se recopilan aquí, carentes de descripciones físicas, estos protagonistas de los relatos ya no lo son de sus días, y se duda de que el compartir espacio con otro equivalga a relacionarse.
De esta manera, la saturación de la rutina les ha convertido en algo indefinido: se diría que ellos se consideran unos cínicos, y que el lector les tendrá por unos cretinos. Y si uno pudiera preguntarle a Askildsen, probablemente este se contentaría con decir que son una caterva de imbéciles.”Pensé: Ahora hará como si nada hubiera pasado. Luego pensé: En realidad, no ha pasado nada. Nada que ella sepa”. Porque en realidad no pasa nada, excepto en el interior de estos tipos, que rumian su pesimismo convencidos de que en algún lugar existió una crisis entre humanos, pero la cual, si es que existió, el autor nos oculta. Ahora bien, uno no llega a saber si esconder así la génesis de la situación es un valor literario, o una simple estrategia para despertar una intriga que el lector debe confundir con el interés literario. Uno no sabe si este tipo es un maestro a la hora de calibrar lo que existe y lo que se ve en un relato, o tan solo pretende participar de la denuncia de un mundo estéril.


Fuente: Tribuna/Culturas

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