El instante
Amy Liptrot
Traducción de María
Fernández Ruiz
Volcano
Madrid, 2022
153 páginas
Estamos convencidos de
que la belleza pertenece al reino de Apolo y, sin embargo, nos la encontramos
constantemente en el de Dionisos. Creemos que algo bello debe ser eterno y
procurarnos un bienestar permanente, pero si algo caracteriza a la belleza, es
la fugacidad. Y es ahí donde entra lo dionisíaco en juego, pues si tenemos una
certeza acerca de una buena borrachera, de una borrachera divertida, es que
esta se acaba y luego viene una nube para instalarse allí donde antes
estuvieron las risas. La belleza no provoca carcajadas, al contrario que el
vino, eso es cierto, pero que se trate de un suceso fugaz la aproxima a
cualquier otro instante de euforia. Hemos dicho instante y esa palabra, tan
clave, es la que elige Amy Liptrot (1986) para titular este libro, en el que la
casi imposible aceptación de la fugacidad es el eje alrededor del que giran los
textos.
Estamos leyendo un
dietario de año y medio de vida, organizado por meses. Liptrot considera que
esa medida, un mes, es la cantidad justa de tiempo que puede dejar pasar para
acumular memoria y dar cuenta de ello. Ahora la memoria es bastante inmediata y
da fe del mundo contemporáneo: si en su anterior obra, En islas extremas, nos
contaba cómo la naturaleza dura ayuda a la reconciliación con un malestar interior
capaz de llevarte al alcoholismo, en esta nos saca de lo que hay dentro de su
piel para mostrarnos la forma que tenemos de relacionarnos con el mundo. Y el
mundo al que va, en el que la ciudad de Berlín se muestra como paradigma de
estilo, es un mundo inevitablemente entrelazado por internet.
Al principio creemos que
intentará mostrar los escollos para compatibilizar la naturaleza con la
tecnología o, para ser más precisos, con los programas de comunicación que nos
llegan a través de la tecnología. Pero no es así. Liptrot sabe que no puede
sino reconocerse en lo que sucede a través de internet y no lo descarta ni se
enfada con ello. La vida, ahora mismo, no es algo que compartamos a través de
la red: la vida es lo que sucede en la red. Ahí está Airbnb, MySpace, Google
maps y las páginas de citas. Todo esto está condicionando nuestra percepción, y
percibir es, en buena medida, ser, o la construcción del ser compete a la
percepción, a nuestra forma de mirar, oír, oler, tocar. El punto de extrañeza
que Liptrot muestra en este sentido, no parece molestar e indica que no
deberíamos de molestarnos por él. Eso sí, sigue empeñada en algo que es, ha
sido y será común a todos los mortales: el deseo de enamorarse.
Se abre camino en la
ciudad de Berlín, donde encuentra inmigrantes y gente muy bohemia. Pero no cesa
de tener citas a través de aplicaciones de móvil, porque no todo lo que somos
puede rellenarse a través de la fugacidad de un encuentro, de la fugacidad de
un entretenimiento, de las fugacidades de las millones de opciones que nos
facilita internet. Estamos frente a alguien que quiere, por encima de todo, ser
dueña de su destino. Y ya sabemos que sí, que es posible que la suerte nos la
hagamos, pero que no, que el mundo decide mucho por nosotros.
El hecho es que al vivir
tanto en las pantallas, se da cuenta de que está creando su vida, y al mismo
tiempo está siendo espectador de ella. Esa dualidad se enreda en el mensaje,
como la hiedra a un roble. Al igual que se enreda la necesidad del amor con la
destrucción del amor. Como comentó Oscar Wilde, todo hombre mata aquello que
ama. Ese riesgo acabará por llevarnos a la descripción de un duelo, que tal vez
sea inevitable más por que está en nuestra naturaleza tener que superarlos, que
por ser imposible evitar estos momentos, estos instantes. Tanta humanidad hace
de este libro una obra maestra.
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