Venecia
Jan Morris
Traducción de Concha
Cardeñoso
Gallo Nero
Madrid, 2022
429 páginas
«La ciudad hiede innegablemente, para empezar; los inviernos
son crudos, las funciones toscas, la laguna puede ponerse desagradable,
heladora y descolorida; los edificios, uno a uno, considerándolos con una actitud
distante y analítica, descienden desde lo sublime a lo sencillamente feo
pasando por la antigüedad sobrevalorada».
Es una cita sobre el
resumen final que Jan Morris (1926-2020) escribió en su momento tras una
extensa revisión de Venecia, cuya última revisión se corresponde al año 1983.
Eso sí, en la página anterior detalla una relación de quienes cayeron rendidos
a su magia, desde Thomas Mann a Rilke, pasando por Proust, Rossetti, Petrarca, George
Sand, Turner, Manet, Shelley, Stendhal, Goethe o Renoir. No se puede amar sin sentir
momentos de odio. No existe, por fortuna, la felicidad permanente. Y por
fortuna no existe una infelicidad continua.
Sin duda estamos frente a una ciudad muy especial, en la que no cabe
algo tan gris como la indiferencia. La razón viene del amor, aunque este parte
de algo que se llama aquí encanto. Encanto, encantamiento, magia, hipnosis… Venecia
posee esos atractivos que hacen que el ángel y el demonio se nos instalen
dentro del cuerpo. Aunque Morris no intenta escribir un libro sobre el amor
directo a Venecia.
En realidad, la obra es
un compendio perfectamente articulado de todo lo que se podría relacionar con Venecia.
Contiene algo de guía para el viajero y bastante de historia; es documental y
es una inmersión subjetiva; nos habla con romanticismo, pero también desde una
perspectiva impresionista que roza la mejor labor de quien se dedica al
periodismo. Es un libro en el que leemos sensibilidad, pero también pasión,
juventud, fuerza y una clara intención de comunicar de forma holística lo que
trasciende de una ciudad tan vinculada al hedonismo. Morris confiesa siempre la
bipolaridad de un lugar en el que halla tanto la melancolía como la alegría, la
tristeza como la exuberancia, y para ello se vale de su mejor estrategia, que
es un estilo tan perfecto como sorprendente a la hora de ejecutar una
descripción:
«El agua de alrededor es opaca y poco profunda, la atmósfera
curiosamente traslúcida, los colores pálidos y, por encima de la amplia hondonada
de agua y bancos de lodo, se cierne una insinuación de melancolía».
«Para aprender a hacer una taza de café, a enmarcar un cuadro,
a disecar un pavo real, a redactar un tratado, a limpiarse los zapatos o a
coserse un botón de una blusa, que consulte a la autoridad veneciana pertinente».
Dividido en tres grandes
bloquea -el pueblo, la ciudad y la laguna-, Venecia es una obra que nos
habla sobre la admiración y nos recuerda lo grato que es sentirla, cómo esta
emoción nos ayuda a ser mejores. Eso sí, mientras Jan Morris explica Venecia,
uno se siente tentado a preguntarse qué necesidad hay de expresar esta
explicación. Y uno va cayendo en la cuenta de que estamos ante una narradora
que se sabe extranjera y, más concretamente, que se sabe británica. Pero que a
pesar de ello, ni siquiera practica ese colonialismo de divulgación cultural
que con tanta frecuencia es nuestro sustrato en cuanto partimos lejos de casa.
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