jueves, 7 de abril de 2022

HIJOS DE HANSEN

 

Hijos de Hansen

Ognjen Spahić

Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek

Armaenia

Madrid, 2022

200 páginas

 



Para vivir hay que demostrar primero que uno no está muerto por dentro.

Sin embargo, las opciones que uno tiene para demostrarse a sí mismo que está muerto por fuera son demasiado largas en todos los sentidos: ocupan demasiado espacio y duran demasiado. Somos seres deformes a los que añadir la cualidad de deformados nos sustrae de la única cualidad que nos permite vivir con garantías de éxito: escuchar cantar a los pájaros. Una vez que nos vemos como tipos horribles, todo a nuestro alrededor sólo puede ser feo y tener muchas más posibilidades de verterse hacia el terror que de enderezarse. La flor sin regar se marchita, por mucho que aparezca el sol.

Ese sol que no parece estar presente en el microcosmos que recrea Ognjen Spahić (Montenegro, 1977) en esta novela, Hijos de Hansen, que se corresponde al ambiente cerradísimo de un sanatorio para leprosos. El sustrato sobre el que construye la historia es desgarrador: estamos en un país oscuro, la Rumanía de los últimos días de Ceaucescu, estamos en la última colonia para leprosos de Europa, estamos frente a una enfermedad que es terminal porque acaba con la humanidad de quien la porta y que está cerca de considerarse extinguida, estamos frente a una gente que no puede escribir ni siquiera un pie de página de su destino. En realidad, todo está servido para que aparezca la maldad, aunque las dimensiones y los criterios de la maldad no son los mismos que en nuestro mundo conocido.

La atmósfera es desasosegante y las iniciativas de los enfermos -uno se siente tentado a decir de los presos- sólo tienen dos sentidos: el deseo de salir de la prisión que es su cuerpo y el encierro que es la colonia, y cómo encontrar otro plan de fuga, este mucho más emocional, para desatascar el malestar que protege la jaula de las costillas. Hay que estar muy bien preparado sentimentalmente para abordar esta desesperación en la que destaca, eso sí, el sentido de admiración, propio de la amistad, que siente el narrador por otro de los enfermos, de origen norteamericano.

Se nos avisa de que al margen de esta lectura humana, en la que el encierro -físico y patológico- como contraposición a la libertad -de movimientos y belleza-, oculta una metáfora acerca del desmoronamiento de Europa del Este. No es tan sencillo identificarla desde este lugar y esta época. Sabemos que existió un oscurantismo y que ese ambiente impregna la novela, pero para conocer mejor los datos, debemos recurrir a la documentación y refrescarnos la memoria. Algo que supone un beneficio añadido a la novela. Al fin y al cabo, si una obra no es una intriga para poder crecer, o para volver a crecer, si se prefiere, no tiene demasiado sentido. El valor de este libro no sólo es lo que oculta dentro de las páginas, sino también a las preguntas que nos lleva.

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