Hijos de Hansen
Ognjen Spahić
Traducción de Luisa
Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek
Armaenia
Madrid, 2022
200 páginas
Para vivir hay que
demostrar primero que uno no está muerto por dentro.
Sin embargo, las opciones
que uno tiene para demostrarse a sí mismo que está muerto por fuera son
demasiado largas en todos los sentidos: ocupan demasiado espacio y duran
demasiado. Somos seres deformes a los que añadir la cualidad de deformados nos
sustrae de la única cualidad que nos permite vivir con garantías de éxito:
escuchar cantar a los pájaros. Una vez que nos vemos como tipos horribles, todo
a nuestro alrededor sólo puede ser feo y tener muchas más posibilidades de
verterse hacia el terror que de enderezarse. La flor sin regar se marchita, por
mucho que aparezca el sol.
Ese sol que no parece
estar presente en el microcosmos que recrea Ognjen Spahić
(Montenegro, 1977) en esta novela, Hijos de Hansen, que se corresponde
al ambiente cerradísimo de un sanatorio para leprosos. El sustrato sobre el que
construye la historia es desgarrador: estamos en un país oscuro, la Rumanía de
los últimos días de Ceaucescu, estamos en la última colonia para leprosos de
Europa, estamos frente a una enfermedad que es terminal porque acaba con la
humanidad de quien la porta y que está cerca de considerarse extinguida,
estamos frente a una gente que no puede escribir ni siquiera un pie de página
de su destino. En realidad, todo está servido para que aparezca la maldad, aunque
las dimensiones y los criterios de la maldad no son los mismos que en nuestro
mundo conocido.
La atmósfera es
desasosegante y las iniciativas de los enfermos -uno se siente tentado a decir
de los presos- sólo tienen dos sentidos: el deseo de salir de la prisión que es
su cuerpo y el encierro que es la colonia, y cómo encontrar otro plan de fuga,
este mucho más emocional, para desatascar el malestar que protege la jaula de
las costillas. Hay que estar muy bien preparado sentimentalmente para abordar
esta desesperación en la que destaca, eso sí, el sentido de admiración, propio
de la amistad, que siente el narrador por otro de los enfermos, de origen norteamericano.
Se nos avisa de
que al margen de esta lectura humana, en la que el encierro -físico y
patológico- como contraposición a la libertad -de movimientos y belleza-, oculta
una metáfora acerca del desmoronamiento de Europa del Este. No es tan sencillo
identificarla desde este lugar y esta época. Sabemos que existió un
oscurantismo y que ese ambiente impregna la novela, pero para conocer mejor los
datos, debemos recurrir a la documentación y refrescarnos la memoria. Algo que
supone un beneficio añadido a la novela. Al fin y al cabo, si una obra no es
una intriga para poder crecer, o para volver a crecer, si se prefiere, no tiene
demasiado sentido. El valor de este libro no sólo es lo que oculta dentro de
las páginas, sino también a las preguntas que nos lleva.
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