Sinsonte
Walter Tevis
Traducción de Jon Bilbao
Impedimenta
Madrid, 2022
341 páginas
Para dejar de dudar de la
existencia en este planeta, que vaticina un futuro miserable, bastaría un
instante de belleza o de compasión. Frente a lo que construimos, que es el
sustrato sobre el que gestamos los malos augurios, uno debería sentarse a ver
los documentales de naturaleza de National Geographic o de David Attenborough.
Allí cualquier especie no pone en duda que querer vivir es un acto de supervivencia.
Pero a nosotros, a la especie capital, a la especie privilegiada, se nos ha
dado un cerebro y la duda de si existen los 21 gramos o la ilusión de que
existan, y la consecuente pena de cargar con una conciencia. La conciencia, sin
embargo, es una construcción social. Los 21 gramos que se supone que pesa el
alma, pueden ser parte de la mejor literatura de fantasía, la misma que cultivaron
esos autores que crearon a Dios y a los mejores panteones de la historia.
Y así es como llevamos
siglos intentando definir en qué consiste ese querer vivir que, se supone, es
lo que nos hace humanos. Están, sí, los instantes de belleza, pero eso no es
suficiente como para justificar tanta vida durante todos los segundos. Sobre
esta duda se construye esta obra de Walter Tevis (San Francisco, 1928 – Nueva York,
1984), Sinsonte: “Spofforth se quedó plantado mientras sujetaba los
ceniceros durante un minuto entero, mirándolo. «Nadie me está engañando -pensó-. Soy
dueño de mi vida». El personaje en cuestión es un
robot, una creación humana, a la que conocemos aquí a través del engaño y la posesión.
Estamos en un mundo futuro en el que ya no existe la lectura, pero está bien visto
fumar porros. La población humana ha disminuido y no hay niños, no hay posibilidades
de que nazca nadie más. Este robot sabe que puede llegar a ser el último
habitante sobre la Tierra y teme ese futuro. De hecho, no existe nada parecido
a una relación interpersonal, fuera de las que son básicamente útiles: “Ya
lleva nueve días viviendo conmigo, en contra de todos los Principios de
Individualismo e Intimidad”. Así escribe en su diario el único personaje que
consigue aprender a leer, cuando conoce a una mujer que se esconde en el zoo y
cuyo referente se describe como un hombre sabio ya fallecido. Comprobamos que
existe algo llamado Principios de Individualismo e Intimidad, que son bajo los que
se gobierna el planeta. Un horror que nos aleja del colectivo, de la tribu, del
contacto, de eso que, en definitiva, nos hace humanos: la amistad.
Estos dos personajes nos
demostrarán que es posible volver a descubrir en qué consiste enamorarse y que
todavía se puede sentir la poesía: “Es horrible. Estar enamorado es horrible. (…)
La quiero. Nada más es real”. “He dicho que vuelvo a agradecer los sentimientos
extraños y es cierto”, comenta, más adelante. La extrañeza será, por tanto,
salvífico. Nuestros personajes, el robot y los enamorados, tendrán que pasar
por situaciones límites, incluida la cárcel o la supervivencia tipo Robinson,
además de algún otro tipo de prisión o la promesa de nueva vida, en un mundo en
el que todo está demasiado programado: “Era jueves, así que llovía”. Uno se
siente tentado a hacer una lectura política del texto, pero se impone, cómo no,
la que atañe a lo que nos construye, a la condición humana y a sus paradojas:
«-¿Quién es lady Macbeth? -dije, por hablar de algo.
«-Una persona que va por ahí en pijama -respondió.»
O:
«-¿Por qué ha de ser un crimen sentirse alterado y confuso? ¿Y conocer lo que otros piensan y sienten?
«Spofforth me miró fijamente.
«-¿No quiere ser feliz? -dijo.»
En este planeta que Tevis
nos describe, el olvido puede ser una bendición, tal vez la que necesita este
personaje robótico, ansioso por ser humano, a quien seguiremos en tercera
persona, mientras que los otros dos protagonistas nos hablarán con voz propia,
alejándose de esa película barata en la que parece haberse convertido la mente
de todo el mundo: “La autosuficiencia no era sólo una cuestión de drogas y de
silencio”, descubrirá nuestro protagonista humano. Una advertencia que
deberíamos colocar en un post-it, pegada a la pantalla de nuestros ordenadores.
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