Los alpinistas de
Stalin
Cédric Gras
Traducción de Palmira
Freixas
Crítica
Barcelona,2022
238 páginas
Es posible que fuera de
las tragedias de Shakespeare todavía no se haya escrito el gran tratado sobre
la estupidez humana. Uno puede llevarse las manos a la cabeza ante las
tesituras por las que sobrevive el rey Lear y su bufón, mientras le parece que
las puñaladas políticas y las tormentas económicas son una realidad demasiado
seria, y que el rey de Shakespeare representa una consecuencia de la estupidez
humana, incluida la estupidez de los malvados, mientras que lo que sucede en los
periódicos es drama. Así, sin adjetivos: drama. Será, sin embargo, la actitud
de jóvenes intrépidos que nos muestran que hay un camino más allá de la rutina
del probo funcionario o del probo oficinista o del probo profesor, lo que nos
sirva para soltar esa expresión, ese sustantivo: estupidez. Parece que subir a
las grandes cumbres con apenas la ropa necesaria, un hornillo y un sobre de
sopa, con el fin de saltar en paracaídas desde la cumbre sea una proeza
estúpida, porque creemos que su autor se está jugando la vida. ¿Pero qué
consideramos vida? Algo así como el entusiasmo será lo que nos defina la vida
como tal, más allá de la mera necesidad biológica de que el corazón lata.
En cuanto a la estupidez,
al compararla con la de los alpinistas, por ejemplo, Cédric Gras (1982) nos da unos
apuntes demoledores cuando trata sobre las purgas de Stalin o el funcionamiento
del NKVD en esta obra. Narrada como si estuviéramos asistiendo a un emocionante
partido en directo, se nos regala un gran apunte sobre las biografías de los
hermanos Abalákov, que vinieron a revolucionar el mundo de la gran montaña en
tiempos del imperio soviético. Aunque sólo sea por la cualidad de descubrimiento
que posee el libro, merece la pena leerlo. Encontrarse con que a dos posibles
héroes se les tratara de una forma tan caprichosa, por utilizar un eufemismo de
un eufemismo, nos revuelve los cimientos: ¿qué estaremos criticando que no
debamos? El aparato imperial parecía imponer unos criterios con fundamentos
insensatos, pero efectivos, y, al parecer, esos criterios no distaban mucho de
la estupidez humana. Pero Gras nos regala unas existencias al margen del
sufrimiento, nos muestra a unos seres que confían en que sí existan objetivos
por los que merezca la pena despertarse cada día. Mientras nos habla dentro de
un contexto y nos explica un poco (pues la explicación total requiere de otro
tipo de ensayo) cómo se gestaba ese contexto caracterizado por la miseria popular,
asistimos a dos tipos de convulsión: la del alma individual, empeñada en permitirse
vehemencias, y la del ser social, esa que lleva a cuestionarse si el comunismo
era más importante que los ciudadanos, quién traiciona a quién, quién decide
qué es lo humano o la tribu.
«Las caravanas de abastecimiento también traen periódicos y
correo. Un número de Izvestia que llega una mañana informa de la muerte
de tres nazis y de siete sherpas en el Nanga Parbat. Yevgueni se indigna por la
explotación de los pobres porteadores himalayos y por los riesgos suicidas que
corren los escaladores hitlerianos «fanatizados». En cambio, el alpinismo soviético no sacraliza la muerte.
Encarna un ideal de altruismo, de camaradería y de subordinación de las
ambiciones personales a la comunidad. Se concibe como una prueba prometeica. En
cuanto al Ejército Rojo, sé por otras fuentes que entiende esos primeros
ascensos como una exaltación de la intrepidez y de la abnegación. Se trata de zakaliasta,
es decir, literalmente, de «templarse», «endurecerse» como el acero. «El alpinismo soviético es una escuela
de coraje para las masas», escribe un cronista».
El pequeño demostrará un
espíritu bohemio y artista, algo fuera de lugar, sin duda, porque el lugar era
muy áspero. El mayor, que será quien siga la estela abierta por su hermano, se
lucirá adaptándose a los tiempos, mostrándose tan valiente como intelectual en
su deflagración alpina. Gracias a obras como esta, sabemos que pertenecen a ese
grupo de gente que uno echa de menos, incluso cuando no tenía noticia de ellos.
Esta gente que enciende la luz cuando estamos en la caverna, seguirá siendo
nuestro ideal.
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