La palabra mágica de
François Tidét
Fernando Llor
Ilustraciones de Manuel Gutiérrez
El Transbordador
Málaga, 2021
74 páginas
La magia, como el relato,
propone un pacto de credibilidad con el lector, con el espectador. Si uno no
está dispuesto a creer en ella, es mejor quedarse en casa escuchando la
tertulia de turno en la radio. La manía de descubrir al mago como impostor se
aleja de nuestros sueños infantiles, esos que tanto echamos de menos, esos en
los que se reúnen los mares azules con islas de tesoro y la cabaña en el
bosque. Este relato tiene bastante de nostalgia, hasta tal punto que el eje
sobre el que gira es la búsqueda del Santo Grial de la magia, la palabra que
nos hará todopoderosos. “Birnabará” es Abracadabra. Nuestro mago francés, un
tipo de chistera y frac, descubre la palabra y con esa herramienta en la boca
sólo piensa en recuperar el prestigio perdido. La apuesta será a destrucción o
vanidad. Y su reto le llevará a descubrir para nosotros la magia que está esparcida
por los rincones del planeta: el frío norte, Oriente Medio, África y Japón.
Cuatro lugares a los que nos desplazamos más con la fantasía que con los pies.
Como contrapunto del mago europeo clásico, a su ambición que puede ser locura,
nos entrega dos personajes humildes y serenos: una paloma y un conejo, que son
los ayudantes del protagonista de este cuento de hadas. La obsesión del
protagonista contrasta con los consejos mudos de los dos animales que,
entregados al amor por su amigo, por su compañero de espectáculo, saben que la
felicidad no está en el reconocimiento.
Con estos elementos se
construye un relato que nos recuerda a los cuentos juveniles, lo cual enfatiza
esa idea de nostalgia que flota a lo largo de la lectura. Y que viene
acompañada por unas ilustraciones en colores que nos remiten al pasado, en las
que hasta el verde resulta un tono tostado, que conservan un extrañísimo misterio,
el del silencio: incluso cuando se refleja una multitud es imposible hallar
resquicio para la palabra. Y mucho menos cuando describen la soledad, que
vuelve a ser la maldición del protagonista. Este silencio contrasta con la
palabra definitiva, la que todo lo puede, ese “Birnabará” que ninguno de nosotros
sabríamos qué hacer con él si cayera en nuestra garganta.
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