Leica Format
Daša
Drndić
Traducción de Juan
Cristóbal Díaz
Automática
Madrid, 2021
405 páginas
La novela comienza introduciéndonos
en unos seres algo contrahechos y en el exterminio, para pasar a continuación a
una compleja definición de la ciudad y la estupidez, de manera que nos lleva,
inevitablemente, a cuestionarnos qué es esto que llamamos civilización. Daša
Drndić (Zagreb, 1946 - Rijeka, 2018) nos traslada al lugar
que mejor conoce, el corazón anónimo de Europa, para hablarnos de las partes de
su ser, del de ese lugar geográfico y sus habitantes, pero también de la
narradora que ella crea.
Se trata de una persona
que observa y casi participa, que nos lleva a preguntarnos en qué grado
pertenece a ese entorno, pues la novela es, en gran medida, una descomunal
descripción. No se trata de una narración en el sentido habitual del término,
con su trama y su desenlace, como comprobamos, por ejemplo, a través de las
referencias literarias que la surcan: Thoma Bernhard, Ítalo Calvino y sus
ciudades invisibles, El libro del desasosiego de Pessoa… ¿Es autorreferencial?
Esa definición no importa. La narradora no cesa de explicarse, pero no tiene
ningún problema en convertirse en un narrador múltiple, en hablar por la gente,
como sucede cuando se entrega a describir la llegada de inmigrantes a Estados
Unidos. Está siempre relacionando la derrota, en la que no encuentra nada
romántico, porque es la gran derrota, la que es fruto de la guerra, de las
guerras que han marcado el siglo XX, que no deja de ser lo que más concierne a
la autora.
El texto aparenta ser
desnortado y, sin embargo, consigue que esa sea la intención, que perder el
norte se la estrategia para organizar una obra en la que vamos descubriendo,
junto a la narradora, el mundo. Se trata de un tipo de descubrimiento
solipsista, pero trascendente. De ahí que nos estemos cuestionando, durante la
lectura, en qué medida esta construcción, la del mundo, la de la civilización,
la de la sociedad y el individuo, es una farsa. En realidad, somos la
decadencia de algo. ¿De qué? Ese algo está fragmentado y deberíamos deducirlo
de cada detalle de lo inmediato. Pero la exploración es tan compleja, que ni
siquiera cuatrocientas páginas de literatura de alto voltaje nos permiten otra
cosa que colocar los signos de interrogación y empujarnos a meditar, si es que
tras la lectura de la novela la marea que sentimos nos permite la meditación.
Nos obliga, eso sí, a vivir inquietos y, en consecuencia, a intentar ser
mejores.
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