Contra la España vacía
Sergio del Molino
Alfaguara
Barcelona, 2021
278 páginas
“Dónde vivir es una
cuestión que lleva implícita cómo vivir”, explica, para aclarar que ambas
preguntas articulan el libro “que se interroga por el país que habitamos, por
el campo y la urbe, y por la ciudad de provincias como expresión media de la polis
ideal”. “Cuando todo se reduce a una elección
libre, no cabe discusión”, señala, porque las respuestas que se nos han ido
entregando, que corresponden, a su juicio, a un liberalismo bisoño y radical,
son simples y hacen perder su sentido hasta a los movimientos sociales. Pero,
¿quién es la persona que así opina? Sergio del Molino comienza por exponerse, por
dar salida a una confesión de carácter social y político, la de un demócrata
liberal, que nos ubicará a la hora de interpretar el texto que vendrá a
continuación, y nos ayudará a encuadrarlo como sensato y no como polémico –“una
democracia liberal es tanto más fuerte cuanto más débil es su política. O,
mejor dicho, su fortaleza es mayor en la medida en que la discusión política no
desplaza a las demás discusiones”-. Del Molino ejecuta con tono afable y
humorístico las presentaciones, riéndose de uno mismo, sin caer en la versión
de la vanagloria que se esconde muchas veces tras ese tipo de burla. Da por
bueno el invento del Estado moderno, que explicará cómo surge y sus más
importantes trazas (o virtudes): “Un militante comunista tiene una noción muy
clara del mundo en el que le gustaría vivir, como la tiene un liberal o un
conservador. En una democracia, todos rebajan sus expectativas para adaptarlas
a los límites de la polis (…). La oposición se lo pondrá difícil e intentará
abortar sus proyectos, y tanto unos como otros fracasarán, porque el fracaso
continuo es el triunfo de la democracia”, sostiene, haciéndose fuerte en la
aporía.
En ese sentido, durante la
lectura uno no cesa de preguntarse cómo encuadrar a Sergio del Molino en la
línea de los pensadores. No queriendo ser un reduccionista, el lector recuerda
la taxonomía básica que ideó Umberto Eco: apocalípticos e integrados. Del
Molino nos va pareciendo un integrado, porque no exhibe melancolía ni expone
rabia, porque confía en que estamos en un buen sendero y al menos no se han abandonado
todas las trazas de humanidad que funcionan como lastre a la hora de ralentizar
el progreso fracasado, y como oxígeno a la hora de poner en marcha proyectos en
los que involucrarse. En realidad, lo que cimenta en este libro son los
principios para un discurso que de pie a una dialéctica en la que entendernos,
y eso es bastante revolucionario:
“Para Diamond, el paso de la sociedad de cazadores-recolectores a la sociedad sedentaria, compleja y organizada en Estados supone el tránsito de la igualdad a la cleptocracia. Todas las civilizaciones se basan en la usurpación, el dominio de una élite sobre un pueblo explotado, de tal modo que nunca ha habido diferencia alguna entre democracias y tiranías. Si acaso, la distinción es de grado, no de concepto”.
El afán por el tono de
conversación, y este libro, más que nunca, da pie a una conversación entre el
lector y el autor, se muestra en cómo va definiendo y nos incita a cuestionar
leyendas que se imponen en el acerbo social contemporáneo, desde la definición
de populismo (que sacará de este ámbito a muchos de los que descalificamos con
este término) a la de nacionalismo, desde los hijos de Walden y Thoreau hasta el
orgullo de una España inundada por términos como Apple, Champions League o Ikea.
Uno se atreve a calificar este ensayo como realista. Al mismo tiempo, y sin que
desmerezca a todo lo que podemos disfrutar de él, a su originalidad, a su
atrevimiento, no podemos evitar recordar, cada vez que recobra un tono de
elogio a la civilización, aquello que sostenía W.H. Auden, un asunto que no
está en las intenciones del autor abordar aquí, pero sí en las del lector tenerlo
en cuenta durante cada minuto de vida: ninguna cultura es mejor que sus
bosques.
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