La muerte del
vazir-mujtar
Yuri Tyniánov
Traducción de Fernando
Otero Macías
Automática
Madrid, 2021
683 páginas
Abunda la estupidez entre
los cargos oficiales, si bien Tyniánov no se entretiene en comentarla, sino que
la expone con el talento propio de un gran narrador, con la distancia precisa
para que nosotros la completemos:
“Griboiédov se quitó la camisa, pesada por el sudor palaciego, igual que el uniforme.
“-Estás moreno, has ganado peso -dijo Faddéi con afecto y le acarició la mano amarillenta.”
Mientras nos enfrentamos
a unas secuencias en las que aparecen, también, los tópicos y sus contrarios
referidos a otros países, representados por otros diplomáticos, vamos
escrutando que la salvación está en la visión poética, que es algo que
tendremos pocas ocasiones de gozar. Pushkin será un emblema, una bandera, una
representación certera de que puede combinarse poesía y política. Pero Pushkin,
se les antoja a los personajes cuando muestran algo de cordura, pertenece a una
esfera diferente a la del planeta donde ellos se mueven.
La novela nos sumerge en
un mundo militarizado, con demasiadas charreteras, que se hace concreto en el
momento en que el protagonista se pone en marcha y tiene que atravesar regiones
conflictivas del continente. En su regreso a Persia, cruzará territorios
humildes que han sido lugares de tránsito para culturas y ejércitos. Como los
Balcanes en Europa, el Cáucaso, las actuales Georgia, Armenia y Azerbaiyán, con
su población fatigada de guerras, ofrecen un contrapunto humano al sentido del
honor de militares y políticos. Si anteriormente hemos habitado en un coro de
voces sucesivas, ahora estamos inmersos en las voces de la gente. Pero Tyniánov
no se expresa como un novelista del siglo XIX al uso, y fragmenta la narración.
E incluso expone parte de ella con recursos que se irán incorporando a lo largo
de la literatura contemporánea, desde el equivalente a un recorte de prensa
hasta el diálogo que ocurre lateralmente. Rompe la linealidad que parecía iba a
imponerse. Y todo para mostrarnos lo importante que es aprender cómo
comportarse. Frente a las leyes que se antojan una frivolidad, al conocer la
realidad o las realidades humanas, se expone todo un tratado acerca de los hábitos
que debemos fomentar. De ahí que al Griboiédov le resultara tan complicado
encontrar su lugar en el regreso, pues da la sensación de tratar de alguien
capaz de aprender del contacto con los otros, con la gente junto a la que
regresa. Aunque el viaje le produzca pereza y temor. En realidad, tampoco este
termina de ser su lugar en el mundo. El de San Petersburgo no lo fue porque “había
un abismo entre un tal Pushchin, a quien, de todos modos, conocía muy bien, y
el sofá de colores en el que estaba sentado”. Pero ahora será eso que a
nosotros nos llega como fragmentación y que en su espíritu se traduce como no saber
dar consistencia, explicar, el mundo, lo que le impida reconocerse en él. Y
luego está esa intuición de final, claro, que no es tan terrible por ser un
final como por verse en la tesitura de afrontarlo en solitario.
Fuente: Revista de letras
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