Las
palabras y los días
Esperanza
Ortega
Páramo
Valladolid,
2020
334
páginas
Uno
puede pasarse la vida rondando la idea de que existe un misterio, llamado el
enigma de la bondad, sin terminar de recurrir a una certeza. La bondad es algo
que, sencillamente, sucede, como el amanecer, como el viento, como las olas,
como la lluvia, como la primavera. No hace falta escrutar mucho para darse
cuenta, aunque hay una parte de la inteligencia, esa que conocemos como intuición
y que no depende tanto de la materia gris como de la memoria del cuerpo, que no
dejará de relatar ese viaje hacia la parte bondadosa del alma humana, pues la
intriga permanece: al fin y al cabo, lo natural es estremecerse con cada
muestra que nos surge en el camino: “Él los consolará, él les transmitirá la
alegría de no haber sido abandonados en una isla solitaria”, dice Esperanza
Ortega (Palencia, 1953) en una de las columnas que se reúnen en este libro.
Ortega se refiere a Robinson Crusoe y a la mirada de Robinson Crusoe sobre su
situación, sobre su posible desdicha, sobre su supervivencia, en la que ve una
oportunidad de sacar lo mejor de sí mismo. Ortega propone ese tipo de lectura
del clásico de Daniel Defoe, pero es la misma propuesta que aplica a cada
pequeña lectura sobre diferentes centros de interés, en función del que nutre
la columna.
Escritos
a lo largo de una de las décadas más agitadas que nos ha tocado vivir, por los
sucesos, sí, pero también por el tsunami de información y manipulación
informativa sobre los sucesos, el conjunto de textos expone, bien a las claras,
quién es esta mujer que se coloca, sin dilación, junto al que sufre. Profesora
de educación secundaria, humilde y erudita, tal vez desconozca las leyes, pero
no carece de un sentido de la justicia que tiene más de humano que de judicial:
“Eso es lo que hacían los héroes, defender a los débiles y compartir con ellos
la dicha y el valor de haberse conocido”.
“Es en la pobreza y la insignificancia, incluso en la monstruosidad, donde se oculta lo sagrado”.
Su
erudición está, siempre, en función de algo, y ese algo es universal y estrecha
los brazos entorno a la bonhomía. No es casualidad ninguna interpretación mitológica
ni ninguna cita poética. Esperanza Ortega sabe que las verdades comenzaron a
expresarse hace miles de años y que ha sido la poesía, esa virtud de la que
carece tanto la historia de la última década, quien mejor las ha reflejado. Se
la podrá tachar de idealista, incluso de ingenua, pero el hombre ingenuo, como
bien sabían los antiguos romanos, era el hombre libre. De ahí viene ese
espíritu a sabiduría que rezuma en los textos. Sí, es cierto que de vez en
cuando no puede ocultar su enfado, por ejemplo, pero jamás abandonará la
cortesía, que es una cualidad que une la bondad y la inteligencia.
Ortega
confiesa intentar permanecer en el ámbito de un objetivismo impasible, aunque
se trate de juicios personales. De la paradoja surgen, y es otro de los
recursos clásicos para la sabiduría, los pensamientos más interesantes. Las
piedras en el estanque pueden ser la corrupción política, los conflictos del
mundo árabe, los refugiados, el destino del planeta o cualquier otra convulsión,
frente a las que ella mantiene una distancia que baila entre la ilusión y el
cariño, con algo de la sal de la maldición sobre la condición humana, la que se
opone al enigma de la bondad. El libro se divide en cinco apartados: sobre
problemas sociales, sobre el feminismo, sobre problemas de la educación, sobre
acontecimientos políticos y glosas de distintas personas. En todos ellos, se
puede reconocer la maldad, pero no es ese el centro de la diana hacia el que
quiere mirar Ortega. Es a esa idea que expresó Omar Jayyam: “Soy la vela en la
fiesta, nada soy si me apago”.
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