Pequeño mundo
Herman
Hesse
Traducción
de Marinella Terzi
Navona
325
páginas
Al
contrario que la mayoría de los escritores, Herman Hesse estaba convencido de
que las historias podían tener un final feliz, si es que tenían un final, algo
a lo que le obligaba el formato libro. A mayores, no se trata de un escritor
americano ni de un autor de novela rosa. Hesse centraba su atención en las
posibilidades del alma, hasta el punto de sacarlas a flor de línea en sus
escritos. Y la condición por las que a la fuerza pasaba el alma, al margen de
la psicología más bien sencilla de sus personajes, era la relación con los
demás. En este volumen se reúnen una serie de relatos inéditos, que comienzan
con una versión de la bella y el feo, en la que la atracción que encuentra ella
en el hombre radica en lo que él consideraba un severo defecto: la timidez. De
ese rasgo solo le libraba la voz con la que se unía a un coro, es decir, formar
parte del colectivo en un acto bello.
Ambos
personajes, como el resto de los que pueblan el libro, están condicionados por
los roles sociales con los que nacen y que les imponen las familias. De hecho,
conseguir salir de la ruta que marcó la familia es una liberación. Hesse no lo
indica de forma explícita, pero de su lectura se puede deducir que la familia
es una farsa. O que al menos puede serlo. Que debemos separarnos de ella para
poder ver el paisaje completo, pues dentro de la familia, como de cualquier
estructura social, se esconden miserias a las que con frecuencia bendecimos con
el nombre de tradiciones. Los protagonistas de sus historias son gente
sensible, lo bastante como para señalarnos lo cerca que estamos de cualquier
forma de oscuridad. Y el mundo es atroz, aunque al final exista la luz y, si
uno la busca, termina por encontrarla.
Durante
los relatos se nos exponen los falsos consuelos, desde el dinero a la religión,
a los que se agarran aquellos que ven cómo su vida está siendo exprimida: por
la atención que requiere un moribundo, por la gente que está convencida de que
una relación de pareja es un problema antes que nada, por la fama con la que
cargan los demás y las presiones del órgano social, por la supuesta misión de
llevar la verdad a otras tierras. Frente a todo ello expone el talento como
fuerza interior, la voluntad de aprender, el convencimiento de que uno no puede
darse por vencido sin importar el resultado de la lucha, la serenidad abierta
que nos enseñan otras culturas. En definitiva, cada relato es una experiencia
de aprendizaje, un renacer lejos del pasado, al que intentaron encadenarnos.
Ese pasado viene expresado por la familia o la teología, por la colonización o
la herencia laboral. Y la felicidad, que solo se le escapa al protagonista de
uno de los relatos, acude de la manera más sencilla posible: ser peluquero,
reconocer la bondad en los pobres creyentes hindúes, dejar atrás la pedantería
como aplomo para imponer su voluntad. En buena medida, Hesse vuelve a hablarnos
de la aceptación. Y lo hace de una manera que todos podamos comprender,
adaptada a las tres edades. Hoy mucha gente discute lo oportuno de su premio
Nobel. Pero en su día supo traernos los buenos saberes que ya habían aprendido
las gentes de tierras todavía extrañas. No está mal recordarlo, porque la
memoria es cada día más efímera y para no saber que existen cosas diferentes al
dolor conviene regresar a autores como Hesse una y otra vez.
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