Oeste
Carys
Davies
Traducción
de Lorenzo Luengo
Destino
Barcelona,
2018
189
páginas
La
rosa de los vientos sigue definiendo la suerte de los viajes. Si mencionamos
todos los viajes al sur, sabemos qué tipo de felicidad, aunque sea pasajera,
confiamos en hallar. Esto es solo un ejemplo, como lo es el viaje al oeste. La
historia ha querido que un continente signifique el viaje al oeste, América, y
aun dentro de ese continente, por las reglas del imperio, el viaje al oeste
venga marcado por las Montañas Rocosas. Y también por una época, la que se
corresponde a la conquista de un territorio de promesas para quienes ya estaban
marginados en Washington o Boston. La colonización del norte de América ha dado
pie a una mitología que ya forma parte de nuestra cultura con tanto significado
como las leyendas griegas. El enfrentamiento entre Path Garreth y Billy el niño
es comparable a la historia de Orfeo y Eurídice, que en un momento del libro
menciona la propia autora, Carys Davies.
Consciente
de las leyendas, Davies construye una fábula que prefiere dejar en los huesos
para que alguien, tal vez el lector, tal vez la propia autora, tal vez un
cineasta, se permita ampliarla. Fuera de todo ornamento, se nos refleja el
periplo de un hombre que se despide de su familia para internarse en el Oeste
americano, acompañado por un adolescente indio con quien se entiende por señas,
a la búsqueda de algo así como un monstruo. El nombre de la bestia no se
menciona, pero las referencias y el bosque nos remiten al Sasquatch, al
monstruo mítico de las Rocosas, conocido como Big Foot, primo del Yeti. El
joven confía en que el hallazgo de la bestia le suponga la suficiente fama como
para pasar a la historia y que a su familia, a su mujer y a su hija púber, no
les vuelva a faltar nada.
Nos
enfrentamos a una novela de pocos personajes y sin apenas diálogos, con
acciones paralelas en las que se sucede la supervivencia y el crecimiento de la
hija. De esta segunda situación apenas cabe comentar todo lo que significa el
trance de la edad y un costumbrismo rural que ya nos resulta familiar gracias
al cine. Más interesante resulta el realismo de la supervivencia, lejos de
cualquier manera de romanticismo, tan desnudo que deja al personaje que
interpreta Leonardo di Caprio en El
renacido en una caricatura. Con apenas unos botones y unos retales para
intercambiar con los indios, resulta que la región en la que se interna está
deshabitada y los inviernos suponen la muerte. A no ser que uno sepa mantenerse
inerte, algo ajeno a los humanos. El empeño en su empresa no le permite estarse
quieto y el protagonista va perdiendo vigor, pero no voluntad. Su vínculo con
el exterior pasa por un comerciante, última forma de civilización, que debería
enviar las cartas que escribe a la familia. Pero en el mundo de los solitarios,
donde no llegan las leyes, se impone el egoísmo como forma real de sobrevivir.
Los demás son obstáculos si suponen esfuerzos sin recompensa. Entre este Oeste y Las aventuras de Jeremiah Johnson, la película protagonizada por
Robert Redford (de nuevo intervienen las referencias al cine), deberían existir
puntos en común. Sin embargo, Oeste
es el esqueleto de un drama. Narrado con una pulcritud que da envidia, nos
reconcilia con la idea de que la narrativa todavía tiene mucho que aportar a
una mitología que sigue en marcha.
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