El amor de un idiota
Tanizaki
Junichiro
Traducción
de Makiko Sese y Daniel Villa
Satori
Gijón,
2018
285
páginas
Este
es un libro que explica cómo funciona el cerebro de una obsesión amorosa.
Falta, aunque Tanizaki Junichiro disponga del suficiente talento como para
dejarnos intuirlo, la mente contraria, pues de un juego de opuestos se trata la
relación amorosa que nos narra. Pero esa es otra novela que debe contar otra persona.
Aquí se centra en el trastorno que supone para un hombre poco agraciado el
recibir el beneplácito de una adolescente de quince años, y su empeño por
mantenerlo tal y como lo vivió el primer día, contra viento y marea y, lo que
es más difícil, contra la psicología evolutiva que hace pasar a una niña al
grado de mujer. Según se nos presenta, dicho grado tiene mucho que ver con el
físico, que la permite ser atractiva y, en consecuencia, rodearse de otros
hombres. Pero él comienza su amor con veintiséis años, siendo virgen, y
confunde lo platónico con lo sexual. Intenta ser un Pigmalión, aprovechándose
de su ventaja económica y la supuesta dependencia que eso la genera a ella,
pero se da de bruces con su incapacidad para ir aprendiendo. Y sobre todo con
la de negarse a aceptar que un amor no es eterno. Entramos en la mente de un
desesperado, una de esas personas que confían en que la relación de pareja
suponga la felicidad, cuando todos sabemos que si una relación cuaja, es porque
se comparten las felicidades conquistadas previamente.
Confiar
todo tu bien a una sola carta es propio de un idiota. Hasta el punto de que
cuando llega el maltrato, o si uno quiere rebajar la expresión, el tratar mal,
se acepta como la norma. Los vínculos resultan estrechos y casi delictivos. De
hecho, su amor y su matrimonio lo ocultan incluso dentro de su propia casa,
donde no existen testigos. A medida que vamos comulgando con la mente del
protagonista, nos preguntamos si nosotros seríamos capaces de mantener esa
postura. Asistimos a la mella de la dignidad y a la afectación del honor. Pero
sabemos que tal vez, tal vez, si nos viéramos en esa situación tampoco seríamos
capaces de superarla con la cabeza alta. Ese es el punto que tiene en común
esta novela con Lolita, que se nos
presenta como referente. Por lo demás, El amor de un idiota es un relato mucho
más sencillo y en el que los juegos verbales se arrojan fuera. A no ser que se
pierdan en la traducción, impresión que no da. La literatura japonesa, la de
Kwabata, la de Mishima, por ejemplo, tienden a la expresión sencilla. Son obras
cuya complejidad está en la construcción de otra parte de la obra. Aquí en la
psicología del personaje.
Desde
el primer párrafo sabemos que deberíamos gritarle el refrán que dicta que quien
con niños se acuesta, meado se levanta. Pero las garantías de fracaso están
servidas dada su timidez patológica, sus complejos frente a un mundo que se
está recibiendo en su país, el occidental, a través, mayormente, del cine. Allí
están los galanes y está Mary Pickford, la novia de América con quien compara
el protagonista a su amante. Pero la tensión va subiendo muy poco a poco, a
sorbos lentos, bien medida por Junichiro para que no nos explote, y esa
pregunta que él se hace, si será posible desenamorarse, se impone. La vergüenza
y el ridículo que cree que está haciendo, la incapacidad para confesar desde
cuándo y cómo conquistó a la joven, le llevan a situaciones y pensamientos
grotescos. Pero no pueden ser otros. No le importa perdonar perversiones y
pedir perdón cuando descubre que ella tiene amantes. Intuimos cierto sadismo en
ella, que se complementa con el impulso de Pigmalión de él, para hacer de la
relación un vínculo irrompible. La gente se engancha a lo que odia. Más aún
cuando se trata de un personaje histérico cuya educación no le permite
mostrarse como tal. Y de un tipo egocéntrico. Porque le importa ella en la
medida en que le da felicidad, aunque sea consintiendo que le trate como a un
kleenex. La historia nos resulta conocida, pero no tanto por haberla leído
antes como por identificarla con la vida de alguna persona que nos rodea. Ese
es el gran mérito de esta novela: que contiene un trozo cierto de la vida.
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