Que Martha Gellhorn fuera mujer de Hemingway ha tapado todas las grandes cualidades de esta viajera y reportera de guerra. Era valiente y se pasó toda la vida en combate contra el aburrimiento. Capaz de atravesar cualquier infierno, sus mayores armas fueron las crónicas y la risa.
Que el título más representativo, al menos en lo que se refiere a literatura de viajes, de Martha Gellhorn(St. Louis, 1908 – Londres, 1998) sea Cinco viajes al infierno, o Five Travels from Hell, es una paradoja. Sobre todo si pensamos en que la preposición inglesa from se traduce, literalmente, como desde. Esos cinco viajes desde el infierno que selecciona hacia el final de su vida, que narra con mucha más memoria que cuaderno, no hacen referencia en ningún momento a la guerra. Aunque lo que esté presente sin descanso sea la supervivencia y, por supuesto, la metralleta con la que arremete contra lo que la invita a dejar de vivir, esa arma que se conoce como autoestima. En este libro, una incansable corresponsal de guerra, oficio que siguió practicando hasta cumplir más de siete décadas en canal desgastándole los huesos, se olvida por fin de su monomanía tan justificada, la defensa de los perdedores, para plantearse los destinos de viaje en función del ego propio como centro del universo. La memoria se convierte aquí en un revulsivo contra la desmoralización.
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