Carta desde Zacatraz
Roberto
Valencia
Libros
del K.O.
Madrid,
2018
381
páginas
Esta es una crónica que no se lee como una novela. Se lee como lo que pretende ser:
un manifiesto acerca de la dificultad de distinguir qué parte de víctima hay en
un victimario. Es un trabajo periodístico en el que el autor no intenta
mantenerse objetivo, porque hay vidas en juego, porque frente a la pobreza y
las consecuencias de la pobreza, si uno se mantiene objetivo es un psicópata.
Roberto Valencia (Euskadi, 1976) es un periodista afincado en El Salvador desde
hace casi dos décadas, y allí ha llevado a cabo este proyecto, que le ha
supuesto años de trabajo y una constancia loable, que le da unidad al relato y
potencia a la narración. El libro comienza ubicándonos en el lugar y el tiempo,
en el momento en que Estados Unidos decide deportar a docenas de miles de
salvadoreños a su país, uno de los más pobres y pequeños del mundo. El
nacimiento de los Mara, los grupos de delincuentes que se adueñan de un trozo
de ciudad con mucha violencia, es una consecuencia de lo que sufre el país, que
viene de padecer el enfrentamiento entre el ejército y guerrillas como el
Frente Nacional de Liberación Farabundo Martí. Y de ver cómo uno de sus escasos
héroes de la paz, Monseñor Óscar Romero, ha sido asesinado.
En
este mundo de pandilleros adolescentes, que nada tiene que ver con lo que hemos
visto en el cine, destaca un muchacho menos de edad, de apodo Directo, a quien
sigue la pista Roberto Valencia. A él y a todos los que rodearon sus pocos años
de existencia: familia, abogados, jueces, fiscales, guardias de prisión,
pandilleros rivales, amantes… Mientras intenta exponer las leyes de los Mara,
como el psicólogo que trata de indagar en la forma de pensamiento lógica de un
esquizofrénico, se denuncia la adrenalina que embriaga a los que suman
cadáveres. Sea por guerras territoriales o por venganzas, que pueden venir
también desde la administración, las muertes se igualan en cuanto al llanto de
los que se quedan a este lado de la tumba. Valencia hace un extraordinario
trabajo a la hora de presentarnos su intento de diagnóstico y los sucesos que
se agolpan a una velocidad increíble en la vida de alguien tan joven: fugas,
detenciones, rezos, condiciones carcelarias, embarazos, mentiras de los medios
de comunicación que suman lo macabro a la manipulación, y toda suerte de
voceros que pretenden demonizar al demonio. Porque Directo es un demonio, pero
es víctima, porque su locura no es un defecto mutante.
El
final de su vida sucederá en la cárcel de máxima seguridad de El Salvador,
conocida como Zacatraz, donde sobrevive por los pelos a trifulcas en las que no
existe el amigo. En un país donde la vida no vale nada, esta se suma a los
números negativos si se nace mujer o se da con los huesos en la cárcel. Hay un
momento de esperanza, durante una terapia de rehabilitación en Costa Rica, que
sirve para recordarnos que es posible la libertad y que es imposible la
integración. Si además el gobierno aprueba leyes de mano dura, alguien como
Directo sabrá que su paso por la Tierra será fugaz y que apenas habrá merecido
la pena. Este es el tipo de historias que a fecha de hoy sigue mereciendo la
pena ser contadas. Son las nuevas leyendas y son las denuncias, porque el libro
no deja de ser una denuncia sobre la corrupción en centros penales, aunque se
trate de leyendas que nos ponen los pelos como alambres. Y Roberto Valencia
sabe muy bien cómo debe contarse una crónica de casi cuatrocientas páginas sin
perder la tensión en ningún momento. Un gran trabajo. Sin duda.
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