Irse
Esmeralda
Berbel
Comba
Santander,
2018
185
páginas
El
miedo a la soledad tal vez sea el factor común a los diarios. Más o menos
escondido, más o menos expresado con más o menos intensidad, está latente, pues
quien vive sabiendo que va a disfrutar siempre de la amistad, quien vive
ocupado a través de los seres queridos, en raras ocasiones se propone escribir
un diario. Diarios de seres felices son una rara
avis. Irse no es una excepción y cuenta con la ventaja de la confesión por
parte de Esmeralda Berbel (Badalona, 1961) de esas intenciones, de la escritura
concebida aquí como terapia: “Tocar la dimensión de las dos partes, que la que
escribe se encuentre con la que no escribe”, toma la iniciativa para
expresarlo. Pero también lo enuncia a través de otros autores: “Como dice
Clarice Lispector, ocurre que estoy cansada. Y así cierra el cuento”. En
incluso algo de ello se puede reconocer en las escasas ocasiones en que nos
refleja de una forma algo objetiva lo que está viviendo:
“¿Es
ficción la poesía?, me pregunta una alumna.
“Sí.
“No
lo creo, dice”.
¿Se
puede resumir mejor la ambigua incertidumbre de la escritura como terapia? Si
la poesía no sabemos si sirve para reflejar realidad o ficción, entonces nada
que escribamos posee el don de la certeza. Todo es un reflejo de la incomodidad
de vivir, expresado de forma más o menos lírica o más o menos narrativa. En Irse, que expresa el deseo profundo de
hallar una vida mejor lejos de uno mismo, esa incomodidad participa tanto del
deseo de un yo más consistente como del de unos otros que la anclen a una
existencia grata. La gente no cesa de entrar y salir en este diario sobre “lo
que quiero decir, lo que conozco y lo que descubro”. Sobre esos hermanos
siameses que son los pensamientos y los sentimientos, hasta el punto de que en
ocasiones parece escrito con la inteligencia de las entrañas. A ese efecto solemos
llamarle sensibilidad. Berbel posee una buena dosis y sabe expresarla, sabe
hablar de la tristeza del yo sin caer en el patetismo. Hay pérdidas sin el narcisismo
del duelo.
Sobre
todo si consideramos las versiones de la soledad como un formato más de las
pérdidas que padecemos. Cansada de verse triste, Berbel se refugia en la
literatura, en la escritura y en los libros de los otros. El diario, nada
autocompasivo, habla sobre el desconsuelo y lo define de muchas maneras, porque
no es posible generalizar, ni siquiera cuando el sujeto sobre el que trata el
texto es uno mismo. Existe, eso sí, una serie de refugios: la hija, las amigas
y la noche. Gracias a ellos podemos leer este diario sin sentir el peso del
mundo encima. Hay un amante que llama X, cuya presencia es una ecuación y se
queda, pues, en el mundo de las matemáticas. Pero será el ser una con las
personas queridas, el estar cerca de ellas, lo que nos dicte que, al fin y al
cabo, una vez asumido que no se puede ser feliz sin interrupción, haber vivido
ha merecido la pena.
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