El clan de los herbívoros
Mo
Yan
Traducción
de Blas Piñero Martínez
Kailas
Barcelona,
2018
616
páginas
Una
obra excepcional, dentro de la literatura de Mo Yan, este clan de los
herbívoros, donde la realidad aparece de manera onírica, en forma de confesión
de obsesiones. El propio autor confiesa que se trata de una obra sobre la lucha
entre la razón y la locura, aunque en este caso se permite a la locura campar a
sus anchas, casi de forma automática, como si no hubiera un plan preconcebido.
Aunque Mo Yan no puede dejar de ser él mismo y este desajuste de la cordura
obedece a una intención manifiesta. Mo Yan menciona la historia espiritual del
autor, pero la historia espiritual de cualquiera de nosotros se puede resumir
en un soneto. ¿Por qué recurrir, pues, a lo largo de tantas páginas a la
continuidad de un clan familiar y a un narrador que va creciendo a medida que
transcurren los actos desencadenados? Sin duda porque pretende que el lector en
algún momento se cuelgue en el libro y encuentre sus propias obsesiones ahí
reflejadas. De hecho, abarca todo tipo de campo onírico.
Podemos
hablar del sadismo, pero también del respeto a los insectos. Entre ambos
extremos, transita una algarabía propia de alguien que deja que vayan y vengan
sus distintos trastornos obsesivos. Las asociaciones parecen propias de un
esquizofrénico, pero siempre mantiene la guardia en alto. No es casualidad la
inclusión recurrente de animales como la langosta o el caballo, uno
significativo por lo que atañe al mundo campesino chino, en el que Mo Yan entra
para deslumbrarnos como en Sorgo Rojo,
y el otro animal emblemático de la cultura, desde la astrología hasta el
espectro militar. Junto a los animales, y los herbívoros o falsos herbívoros,
transita el sexo o la parte diabólica de los seres humanos. Mo Yan es lineal en
la escritura, y ensortijado en los rizomas semánticos. Solo el identificar una
monomanía familiar, la de los herbívoros humanos, da cierta consistencia de
novela a un libro puramente onírico. Pero con eso basta, porque los reflejos
intransigentes de los sueños también son parte de lo que nos construye.
En
este caso, indaga en la posibilidad de que exista una mente colectiva, la
coherencia del clan, frente a plagas bíblicas o animales que dominan al hombre.
Identificamos algún momento tipo fábula y al fuego como depurador. Pero retoma
una y otra vez las obsesiones, que surgen como ave fénix, y nos lleva a
cuestionarnos en qué momento pueden hacernos perder la dignidad, dado que buena
parte del libro está protagonizada por campesinos asustados. Y es que vivir
dentro del mundo de los sueños asusta. En ese sentido, Mo Yan hace un ejercicio
literario de altura. Son muy pocos los escritores que han sabido reflejar cómo
funcionan los sueños, sin rigor argumental. Y los que lo han hecho ha sido para
mantener la tensión durante una o dos páginas. Pensamos, por ejemplo, en Peter
Handke. Pero Mo Yan se plantea llevar ese supuesto disparate, en el que pasamos
un tercio de nuestra vida, a seiscientas páginas. Y así en cada párrafo debemos
descubrir que no podemos reprimir demasiadas cosas, demasiados aconteceres,
demasiadas emociones. Y que reprimirlas nos haría, seguramente, peores
personas. De ahí que la magia que desprende esta obra sobrepase a ninguna otra
experiencia literaria, y nos deje más cerca de El Bosco que de ningún escritor.
Mo
Yan escribe como si tuviera fiebre. La malaria aparece como la enfermedad que
trasforma los sueños en pesadillas. Y tanto el narrador como los personajes,
pasan por la transfiguración de la malaria. A todo esto, debemos añadir el
dominio que mantiene, ese sí de forma consciente, de las relaciones familiares.
Padres, hijos, tíos, sobrinos, abuelos, las categorías o estratos permanecen y
con ellos la tradición china. Ni siquiera en sueños llegamos a ser ajenos a
estos demonios, a lo reverente o a lo irreverente de la posición de uno en la
familia, en el clan. Aunque Mo Yan se decanta, por norma general, por meterse
dentro de aquel que esté pasando un mal rato a cuenta de la pérdida de la razón
que implica los sueños. Ahí somos presa de nuestros miedos y nuestros deseos. Y
entre unos y otros, poco a poco va enumerando el mundo, porque la obra, eso sí,
es inmensa.
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