Inocencia interrumpida
Susanna Kaysen
Traducción de Sandra
Caula
Big Sur
Barcelona, 2022
185 páginas
La vida, según Samuel
Beckett, es un caos entre dos silencios. Lo mejor a lo que podemos aspirar, es
a habitar en ese caos con serenidad. Ojalá pudiéramos librarnos de cualquier
atisbo de agresividad, pero esta sociedad y este tiempo, hay que decirlo aunque
caigamos en lugares comunes, ofrece una amplísima gama de opciones, algunas muy
impuestas, para caer en las peores formas de la neurosis. Aunque no todos los
trastornos tienen que ser neuróticos. Lo psicótico o la esquizofrenia, por ejemplo,
pertenecen a ese mapa del cerebro o de la biología que está todavía por trazarse.
Si bien sus devastadores efectos tienen que ver con la mente o, si quisiéramos mirar
más allá de lo científico, con el alma. La serenidad afecta más al alma que a
la mente, se supone. Lo que es seguro es que cuando uno está sereno, lo siente también
en las células del cuerpo que no están encerradas dentro del cráneo. Esa
búsqueda de la serenidad afecta a Susanna Kaysen (Estados Unidos, 1948) cuando
hace memoria de su paso por un hospital psiquiátrico.
Más de veinte años después
de ser diagnosticada como trastorno límite de la personalidad, Kaysen se propone
cerrar capítulo, rendir cuentas, y mostrarnos cómo funciona la mente de alguien
a quien se considera insano. Para ello se convierte en observadora de sí misma,
pues no se trata sólo del testimonio, sino también de cómo lo reduce a los
huesos y lo expone de manera fragmentada, conduciéndonos así a un mundo hostil
e inevitable. En ocasiones, resulta tan extraño que nos preguntamos cuánto
podría haber de alucinación. Sin embargo, todo lo que se relata no puede ser
más real. Hasta el punto de llamar a la vida “este lado del suicidio”, una
expresión que nos remite al famoso comienzo de la obra de Camus, El mito de
Sísifo: el único tema filosófico serio es el suicidio, porque el suicidio versa
sobre si la vida merece la pena ser vivida. Así nos vamos encontrando con un
testimonio en el que todo brota del esfuerzo; nos esforzamos por culpa de la
enfermedad, pero nos esforzamos para mantenernos sanos. Nada ofrece ese
descanso que nos llevaría a la serenidad:
«Lisa siempre sabía lo que necesitaba. Decía: “Necesito unas vacaciones de este lugar”, y luego se escapaba. Cuando volvía, le preguntábamos cómo era el mundo.
«-Es infame -decía. Siempre se alegraba de estar de vuelta-. No hay nadie que cuide de ti allá afuera.»
Jamás creeremos a alguien
a quien consideramos loco. Lo cual nos llevaría a intentar definir qué es la
verdad, si somos capaces de subirnos a su mirada. Pero algo tan poco cartesiano,
tan poco útil, tan poco mundano, está muy alejado de la vida de una persona con
afecciones como las de las compañeras de centro de Kaysen. Las conocemos
desnortadas, mientras nos preguntamos qué tenemos todos de demente. Algo que se
refleja en nuestra falta de seguridad, en nuestra necesidad de seguridad:
«Lo que quería decir era que ahora estaba a salvo, ahora estaba realmente loca, y nadie podría sacarme de allí.»
El efecto enfermizo, o enfermante,
de la reclusión va calando en el lector, que termina por convivir en un microcosmos
que resulta ser lo bastante amplio como para dedicarle toda una vida. Kaysen
observa mucho las relaciones entre las internas, y busca alguna pauta de
amistad. Pero va a resultar complicado cuando tu mente funciona bajo ciertos
parámetros:
«Creo que mucha gente se mata simplemente para no seguir discutiendo si suicidarse o no.»
Aunque si salían del mundo en el que les
encerraba la locura y encontraban eso que el consenso llama realidad, también
regresaban a lo atroz:
«Si nuestras familias dejaban de pagar, dejábamos de quedarnos y nos metían desnudos en un mundo en el que ya no sabíamos vivir.»
Uno se pregunta cuánto de serenidad puede
lograrse en este planeta, cuyas imposiciones no dan tregua, y da por sentado
que lo mejor es estar dormido, en un mundo donde lo onírico, que no tiene
sentido, compensa las desavenencias de la vigilia. Pero el valor consiste en
afrontar la vigilia y afrontar la memoria. En ese sentido, este ejercicio
literario cumple todas las expectativas.
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