Libres
Ana Santamaría
Comba
Barcelona, 2023
122 páginas
No es tan sencillo tener
un paraíso propio. Fuera de la cabaña en el árbol de la infancia o la siesta tostada
en la playa adolescente, apenas queda refugio y si uno aspira a inventárselo,
por mucho que ponga toda la carne en el asador ha de ser consciente de que la
vida te va a azotar con fatalidades. A eso que se conoce como destino, que
significa no ser dueños de nuestro futuro, que apenas sirva de nada sembrar y
labrar para garantizar la cosecha, que estemos al desamparo frente a todas las
plagas, es a lo que se refiere la suerte de los personajes que Ana Santamaría
(Burgos, 1970) reúne en este volumen. Libres es, precisamente, lo que tanto les
cuesta ser. Frente a la realidad, y estos cuentos son de carácter realista,
sólo existe una libertad auténtica, que no es la de querer, sino la de querer
querer. Debería bastarnos con saber qué nos gustaría ser, para disfrutar de
nuestros días: el valor del sueño no es que se realice, sino soñarlo. Pero aceptar
esto supera casi todos los atributos que podemos poner en juego. De ahí que no
nos quede más remedio que idear conceptos como la saudade y pensar que esta
forma parte inevitable de nuestra vida. Y a partir de ella, crear un proyecto
estético, saber convivir con la belleza, que puede ser triste, pero es acogedora.
Y saber materializar esta idea a través de palabras es literatura.
Ana Santamaría comienza recordándonos
que reconstruirse tras la batalla puede ser imposible, y que para darnos cuenta
de nuestra limitación nada hay más oportuno que la falta de intimidad. Estamos
demasiado expuestos. Nos hará acompañar a gente que entiende que la tristeza ya
es irrevocable y vive al borde del suicidio. Nos recordará que sueño y vigilia
provocan sensaciones que son igual de veraces. Aterrizará en la idea de que el tema
central en cualquier relación entre seres humanos es la comunicación, su falta
o la comunicación en diferente frecuencia. Será capaz de detenerse a contar un
mero instante, que será lírico y representa el desencuentro, es decir, de hacer
un relato donde no debería haber relato. Nos desnudará al mostrar que ejecutamos
constantemente el pensamiento a través de proyecciones: ese oso polar desubicado
es como yo, soy yo, un hombre de aldea en una ciudad. Vagará por la sana fantasía
infantil a través de la niña que quiere ser sirena, mostrando cuál debería ser
la pureza del deseo que perdemos al hacernos adultos. Nos expondrá ante la idea
de que no somos capaces de dominar nuestro entorno, pues ni siquiera podemos dominar
qué llamadas recibimos. Tendremos que volver a pensar si el otro es el que es o
el que yo creo que es para mí (creo o quiero). Tratará con la idea de la
disonancia cognitiva a través de alguien que intenta justificar un abuso a
través de un psicoempacho, atorado de sustancias y presión social y
sociolaboral. Hablará sobre cómo crea un pueblo una leyenda antes de terminar
recordándonos lo duro que es saber que uno tiene más vida por detrás que por
delante, y que con tanta nostalgia se hace muy difícil vivir.
El tema de la libertad es
uno de los asuntos centrales de un relato, así como el de la dignidad lo es de
la psicología o la narración psicológica. Ana Santamaría nos ofrece una serie
de cuentos que son algo más que apuntes sobre ese eje central, sobre ese
sentimiento que buscamos como se busca el aire bajo las mantas. Con un estilo
sereno y sobrio, nos dejará un sabor a inquietud, una de esas sensaciones que a
uno le invitan a seguir investigando, a seguir curioseando, a no vivir a través
de la inercia. Y eso es mucho.
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