Una heroína
intergaláctica
Román Piña Valls
Sloper
Mallorca, 2022
266 páginas
La principal
característica de la adolescencia es su brevedad. Si uno ha tenido algo de
suerte, podrá recordar en esos días cierta belleza concentrada, que le ayudará
a afrontar lo que viene después, que suele ser muy largo, con optimismo. Como
toda explosión, termina y luego queda un campo que puede parecerse al paisaje
después de la batalla o a un valle de cerezos en flor. La explosión no es sólo
una maldición de los aparatos de guerra: también explota la primavera. Lo que
es común a cualquier experiencia adolescente, eso sí, es sorprenderse a uno mismo
por saberse vivo. Román Piña Valls (Palma de Mallorca, 1966) ha creado a su
propio antihéroe para retratar la adolescencia, haciendo que hable como si
pensara que ese es el final de nuestros días, que más allá no hay nada. Al
contrario que en cualquier novela de iniciación, aquí no se crece para transformarse
en un adulto, aquí se llega hasta la adolescencia y se vive la explosión con
intensidad. Nuestro protagonista nos hablará desde la cárcel, desde la real, no
desde la madurez como prisión metafórica, en la que nos ponen grilletes a cada
paso. En la adolescencia soñamos mucho con la libertad, pero la libertad es
algo que todavía no sabemos definir.
El pasado sobre el que
habla el protagonista es más bien lamentable, un desastre, y a pesar de todo lo
echa de menos. Esa es una de las razones por las que nos consterna tanto la
memoria, porque uno siente melancolía, o puede sentirla, hasta de los peores
momentos. Al fin y al cabo, ese derecho está trabajado gracias a que salimos
adelante. Pero en este caso, Román Piña nos ayuda a cuestionarnos si el mundo
era mejor antes, que es algo que todos pensamos en cuanto nos aprieta un poco
el zapato. Gracias a ese principio, se evita la nostalgia fácil, la molicie
sensiblera, y se nos enfrenta a un Peter Pan que no pretende seguir siendo
niño, sino adolescente:
«—Lo malo es que ese tiempo ya nunca lo viviremos —añadió Tobi—. Nuestro tiempo es feo y sucio. Las chicas ya no llevan vestidos, ni los colegios organizan concursos de baile, ni se hace una música tan buena. En el caso, digo, de que realmente alguna vez todo eso existiera, como dice Jorge.»
Jorge es nuestro
protagonista y Tobi su principal interlocutor, que es un amigo y será un
fantasma. Y a los tiempos a los que se refiere es a los que aparecen en la
película Grease, uno de los referentes generacionales que van desfilando
por esta novela, que en ocasiones pretende recopilar todos los que lo fueron
para quienes nacieron en los años sesenta, desde el Madelman hasta Olivia Newton
John. De hecho, la relación de ocurrencias que van sucediendo parecen estar
construidas sobre la memoria —la propia y la colectiva—, además de sobre la imaginación. Tal vez porque no puede
existir la una sin la otra. Aunque los referentes principales no son tanto
objetos o sucesos, apariciones o detalles, sino los asuntos que son más propios
de la adolescencia de los chicos: las chicas y con ellas el gran amor por la
chica idealizada, la música con los Beatles y John Lennon a la cabeza, la
intimidad y la amistad, y también la tentación de los robos y el consuelo de
hablar con un fantasma. En cuanto a lo tocante al sexo y a la pornografía, se
nos muestra de forma dosificada, en función de provocar las reacciones de
nuestro narrador, que es un muchacho vehemente. Todo ello contado con un
lenguaje sin trabas, natural, en un ejercicio de estilo que se adecúa a las
intenciones del narrador, y en el que florece el sentido del humor de Román
Piña Valls, que es de las pocas personas a las que se le ocurriría describir
los encuentros con las muchachas adolescentes como un «susto biográfico».
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