El sótano
Begoña Huertas
Anagrama
Barcelona, 2023
160 páginas
Esa costumbre de reunir en un relato a un
grupo de personajes en un lugar del que no parece haber escapatoria, puede
tratarse de una gran metáfora. No podemos eludir a los demás, nuestros cuerpos
no están solos, y sin existir un motivo aparente para poder alejarnos, no somos
capaces de despegar. Buñuel llevó el relato al paroxismo en El ángel
exterminador, pero se ha dado con mucha frecuencia, tanto en literatura
como en cine, en formatos menos neuróticos. Ahí están los personajes coloniales,
por ejemplo, o los que se encuentran en un hotel huyendo de la policía y los
maridos desalmados. El mundo queda reducido a lo poco que tenemos a nuestro
alcance y toda la humanidad será esa minúscula proporción con la que tenemos
que convivir. Todo esto suena a amenaza, porque el resultado suele ser algo
claustrofóbico y no se resolverá hasta que no entre una luz nueva a través de
la ventana.
Sin embargo, en El
sótano no habrá tal luz nueva, porque nuestros protagonistas están enfermos
y a lo que se enfrentan es al final. Uno no puede dejar de leer esta novela de
Begoña Huertas (Gijón, 1965 – Madrid, 2022) como una despedida y lamentar su
desaparición. Begoña Huertas nos dejó obras que merecen mucho la pena, como sus
relatos de A tragos o el libro testimonial El desconcierto, pero,
sobre todo, de una novela muy consistente que se titula Por eso envejecemos
tan deprisa. Su delicado estado de salud interviene en este El sótano,
tanto por el ambiente que crea, a partir de un grupo que se concentra en un sanatorio
para intentar reponerse de las enfermedades, como por el tono, con frecuencia casi
aforístico al que se recurre, y que nos indica que apenas queda aliento para
largas conclusiones. Así y todo, la obra parece tratar más con el no dolor que
con el daño que sufren los cuerpos. Es inevitable deducir que la vida nos va desgastando,
pero no hacernos creer que este desgaste supone sufrimiento:
«Es curioso que donde no hay nada, nada puede morir, y, sin
embargo, todo lo ocupa la idea de la muerte. Una lágrima que cayera sobre aquel
suelo alicatado no originaría nada. El espíritu escurriéndose por el desagüe.
«Por el contrario, donde el cambio es continuo todo aparece,
crece, desaparece, y, no obstante, no hay muerte ahí donde todo está muriendo.
Musgo en la roca, flor en el mugo, tallos en la madera.»
Como podemos comprobar, lo
prioritario es la expresión a través del yo, la creación que hace de sí mismo
la narradora, que tiene que encontrar su identidad en el grupo y en la
situación. En realidad, nos está hablando de una etapa del amor en la que se
proyecta hacia lo universal, que es tanto como decir hacia donde están hasta
los desconocidos:
«Con el tiempo he llegado a la conclusión de que dos cosas
merecen la pena en este mundo: el impulso creativo y el amor, si es que no son
la misma (…). Ambas requieren una fuerza que no procede de la voluntad, una
fuerza que no se construye con empeño intelectual porque es algo material, que
sale del cuerpo, que se produce en el cuerpo. Será el aire oxigenando las
células, los fotones atravesando la piel, el empuje d ellos músculos, yo qué sé.
«Sólo sé que a veces el peor enemigo no es el dolor, sino el
cansancio.»
A pesar de la fatiga, se
nos sugiere, conviene no rendirse. Y para eso se creó la literatura, que puede
entenderse como una expresión de afecto hacia las personas.
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