Un perro rabioso
Mauricio Montiel
Figueiras
Turner
Madrid, 2021
146 páginas
Montiel Figueiras ha
vivido la depresión como la peor experiencia que un hombre pueda tener, una forma
de desconfigurarse que le llevó a la dependencia de los fármacos y a
considerar, una y otra vez, el significado del suicidio. De hecho, el texto
está lleno de suicidas o potenciales suicidas, entre los narradores, pensadores
y poetas que frecuenta. Y de cuados o grabados muy, muy sombríos, con
diferentes versiones de la sombra, desde la más melancólica a la más desagradable.
Hay múltiples tipos de depresión y Montiel Figueiras indaga qué es, o puede ser,
lo común a todas ellas. Y también en cuál puede ser el origen, centrándose en
los duelos no resueltos, en la imposibilidad en su día del duelo y la necesidad,
posterior, de que afloren. Y cuando brotan, son una batalla que se vincula con
el suicidio. Él ha sido adicto al Alprazolam desde la muerte de su madre, y
cree que en esa pérdida está el origen de la crisis que da con sus huesos en
psicoterapia más de doce años después. Uno se pregunta, durante la lectura, qué
aporta a la terapia la redacción de este texto, de estos textos, y su
divulgación. El psicoanálisis es una terapia burguesa, porque atiende a
enfermedades burguesas. Carrère lo explicaba en Yoga: los refugiados que
vienen de Asia y aterrizan en playas europeas con una mano delante y otra
detrás, sin derecho ni siquiera a la nostalgia, con infinitos motivos más que
nosotros para caer en depresiones profundísimas, no se pueden permitir esa
fragilidad. Estando en la supervivencia, aplazas todos los duelos hasta que renazcas.
No hay lugar para la autocompasión en época de postguerra, por ejemplo.
“En la lucha entre uno y
el mundo hay que estar de parte del mundo”, escribió Kafka y nos lo recuerda Montiel
Figueiras. Lo complicado es interiorizar el significado del aforismo, no
reproducirlo. Para empezar, deberíamos ser conscientes, incluso desconfigurados
por una depresión, de que el mundo no se termina ahí donde limita nuestra piel.
Son los demás los que nos salvan, su humanidad, su capacidad de querer y ser
querido, y un terapeuta, conviene recordar, puede ser un maestro, pero es, ante
todo, un ser humano.
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