Vale un potosí
En 1545, los conquistadores españoles encontraron aquí el motivo de su viaje al nuevo mundo: la plata. A 4782 m, el Cerro Rico llevaba en su interior el yacimiento de plata más grande del mundo. A sus pies, una aldea, Potosí que, de la noche a la mañana, se desarrolló y se convirtió durante casi tres siglos en una de las ciudades más grandes y prósperas del planeta. El dinero del Cerro Rico, extraído a costa de millones de muertes entre los nativos reducidos a un tipo de esclavitud (con el sistema de la mita), irrigó por mucho tiempo las economías europeas, lo que favoreció la Revolución Industrial y su desarrollo económico. Todavía hoy en día, miles de mineros, agricultores indígenas en su mayoría que no tienen más remedio que abandonar una tierra que ya no los alimenta y hacen frente a los peligros y las enfermedades para trabajar en las minas, con la esperanza de ofrecer una vida mejor a sus hijos.
Para protegerse de los peligros a los que se enfrentan en cada momento en las entrañas de la montaña de plata (también de zinc y estaño) que, además, está al borde del colapso, los mineros honran al Tío, la deidad tutelar de arcilla con un sexo desproporcionado, al que consideran el ser supremo del inframundo, tan venerado como temido. Al honrarlo con hojas de coca, cigarrillos, alcohol y oraciones, el Tío podrá quizá revelar a los mineros dónde conseguir las buenas vetas a cambio de sus ofrendas... y a veces, incluso, de sus almas.
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