Armónicos del cinismo
Juan Luis Conde
Reino de Cordelia
Madrid, 2020
148 páginas
Es cierto que la mentira,
se puede concluir de la lectura de estos ensayos, está ligada al neoliberalismo
como la enredadera al árbol, pero Juan Luis Conde no se limita a la denuncia de
la manipulación, por ejemplo: viaja más allá y retrocede hasta otras
sociedades, hasta la antigua Roma, hasta la antigua China, para comparar las
estrategias discursivas y los mensajes sin pudor, y demostrar cómo se
actualizan. Con frecuencia recurre al análisis de algún oxímoron que hemos
aceptado, aunque sólo sea por exceso de presencia entre los discursos. Juan
Luis Conde es un admirador y un delator de la paradoja. Sobre esta figura se
centra su análisis, que nos va guiando con una densidad sorprendente -no hay una
expresión ligera ni un concepto sin explicar-, pues la contradicción será el combustible
que ponga en marcha los engranajes del pensamiento. A través de este hilo se
nos descubre que inmersos en la alocución neoliberal no nos hemos dado cuenta
de que una palabra como libertad ha sustituido a la más vulgar de dinero. De hecho,
dinero ha desaparecido de cualquier texto. Hay bastante vehemencia en los
párrafos de Juan Luis Conde, pero es una vehemencia sensata, contenida y, en
cualquier caso, justificada, pues se amotina contra los dominantes, contra
quienes permiten que el planeta sea fundamentalmente injusto y nos convencen de
que esta rutina es la mejor de las ideas.
Si hay un pensador al que
Juan Luis Conde le debe buena parte del espíritu del libro, éste será Víctor Klemperer,
el filólogo alemán que escribió LTI, la lengua del Tercer Reich. Como
Klemperer, Conde está convencido de que el lenguaje construye mucho más que el
pensamiento y practica la filología de combate; cada concepto que se expresa nos
afecta emocionalmente, nos educa, nos hace vivir como a Espartaco o a Gandhi, o
fallecer como los habitantes de un hormiguero en días de lluvia, que imitan esa
sociedad totalitaria, la de Un mundo feliz, en la que los siervos son
felices de serlo, como el protagonista de Los restos del día se sentía
un privilegiado en su jaula de oro. “Seremos dominados, pero estamos contentos”,
es una pésima máxima para residir bajo ella; va siendo hora de dejar de tenerla
en consideración.
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