Notas
desde un país extranjero
Suzy
Hansen
De
Conatus
Madrid,
2020
378
páginas
Tuvo
la suerte de contar con una madre que alimentó su temprana adición a los
libros; su hermano mayor estaba embriagado de ideas políticas progresistas adquiridas
misteriosamente, pues en Estados Unidos lo más frecuente es acomodarse; su
padre se pasaba las tardes estudiando extrañas antigüedades del golf (vaya
usted a saber para qué), perdido en los placeres del pasado; se trataba, en
definitiva, de una familia de clase media, modesta, tan modesta como para que
Suzy Hansen sienta nostalgia de esa modestia. Pero la nostalgia se refiere a
otro tipo de pasado, al de dimensiones más humanas, es decir, al próximo, al que
se guarda entre la jaula de las costillas. El libro que cae en nuestras manos,
este Notas desde un país extranjero, comienza con el despertar personal,
con el crecimiento, con el descubrimiento del mundo, con el choque contra la
realidad, y termina montado sobre el análisis político. Y en ambas facetas, y
en todo el espacio intermedio, resulta de una sinceridad demoledora. La
sensación es la de haber navegado desde una obra de crecimiento, como las de
Stevenson, por ejemplo, y llegar hasta un análisis como los de Chomsky. Notas
desde un país extranjero se convertirá en uno de los grandes libros de
viajes de la década.
Hansen
nos enfrenta, de entrada, a una tragedia en las minas turcas, y frente al dolor
se da cuenta del origen de la desgracia, que tiene que ver con los recortes
económicos que provienen de unas imposiciones en las que su país cobra demasiado
peso, un peso que se traduce en vidas. Hansen a viajado a Estambul, la ciudad
que la enamora, con una beca, y se quedará allí durante los años más duros de
la crisis económica mundial. En ese tiempo conoce, habla, traduce y reflexiona,
con un estilo tan sensato como crítico, sobre los vínculos de Estados Unidos
con el resto del mundo, pero, sobre todo, con Oriente Medio. Parte del
desconcierto, del infantilismo que es común a los de su país, o al menos así lo
entiende ella, de una falta de sustrato cultural y sentido histórico. Así se ha dado prioridad, en su país de origen, a lo
propio frente a lo global. Paradójicamente, son los responsables de una
globalización sin misericordia. Pero en cada individuo, eso sí, han implantado
unos prejuicios sobre justicia, patria y libertad, que en el caso de la autora
se van desmontando gracias a las singularidades que le brinda la vida en
Turquía y a una sensibilidad bien dispuesta a lo ajeno. Tal vez sea este viaje,
esta parte de Bildugsroman, lo más interesante, en lo literario, del libro.
Es un viaje interior, sí, pero acompañado de una denuncia en la que se va dando
cuenta la historia reciente, de la manipulación económico-política de uno de
los epicentros culturales del planeta. Al tiempo que nos confiesa en qué
medida, alta, uno desconoce cuánto no sabe sobre uno mismo, en tanto que ser
social además de lo referido a la personalidad, se va maldiciendo la
superficialidad en la que se ha criado, el humanismo fingido y las justificaciones
morales: siendo habitantes de un orden social injusto, las reflexiones vendrán
contaminadas por la injusticia que intentamos comprender, comenta, citando a
James Baldwin, un autor que sobrevuela toda la obra.
Las
ganas de comprender, que es la buena versión de la curiosidad, es la motivación
esencial del libro. Como en una terapia, comienza por desaprender las leyendas
en las que se ha criado, ese colonialismo aparentemente bien fundamentado, pero
que no deja de ser una forma de explotación, una nueva versión, internacional,
de la lucha de clases. Hansen se pregunta si el mundo habrá alcanzado la madurez,
si existe un retroceso cultural, si la civilización avanza, si el progreso es
humano. Al mismo tiempo, mientras visita Turquía, Grecia o Afganistán (en un
episodio que resultaría traumático de no presentarse como esclarecedor), Hansen
crece, abandona a la adolescente inmadura e ingenua para transformarse en eso
que viene después, o que debería venir después, si nos libráramos, como ella,
del peso de las leyendas para sustituirlos por nuestra verdad, la verdad
social, imprescindibles, porque no es cierto que cada hombre sea una isla.
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