viernes, 22 de noviembre de 2019

CRUZ


Cruz
Nicolás Ferraro
Delito
Barcelona, 2019
250 páginas

Uno nace con buena parte del destino escrito en el apellido. La herencia familiar desnorta con demasiada frecuencia, pero si, a mayores, el apellido tiene un peso simbólico, como por ejemplo Cruz, uno puede sentir que está condenado, que alguien le escribió el guion de la vida, que no puede pintar con colores fuera de las líneas del dibujo. En un caso como el del protagonista de esta novela, la maldición se ceba porque su padre echó demasiada sal a la tierra y su hermano quemó los puentes tras de sí. Sin otro piso bajo sus pies que el de la costumbre violenta, Cruz se ve empujado, sin ofrecer demasiada resistencia, hacia un mundo donde parece estar lo peor que es capaz de construir el hombre: la destrucción. Por allí campan los asesinatos, la tortura, las violaciones, la explotación de mujeres, el tráfico de drogas, la venganza, la competición, la avaricia, en definitiva, la maldad.
Pero no se trata de una maldad que exhibe su poder para definir el destino del mundo, no. No estamos hablando de empresas que se saben sacrificando poblaciones enteras a cambio de enriquecerse unos pocos. Se trata de una maldad de supervivencia, pues el pequeño mundo en el que vive Cruz está limitado por los márgenes de las páginas, del libro, de lo que es cotidiano en unos seres a los que apenas le llega al tobillo la condición de humanos. No abundan registros de buenos sentimientos, intenciones de salvar vidas, consejos sobre cómo ayudar a los demás. Las almas ya están en uno de los nuevos círculos del infierno y en él se mueven como títeres que no siguen una trama.
Por momentos da la sensación de una falta de plan previo por parte de Nicolás Ferraro, pues la historia va transcurriendo de manera itinerante: un encuentro dirige al protagonista en una dirección, hasta que en otro encuentro se ponga de camino hacia un nuevo lugar. Y, sin embargo, tal y como terminará explicando, siempre está presente el rol al que se debe, la herencia, el apellido, y una cierta complacencia, tal vez genética, tal vez heredada, sin renunciar a un aprendizaje sensorial, por lo violento, lo duro, la supervivencia extrema, única y autónoma. En la novela se derrama sangre, si bien no se trata ésta de la parte más siniestra que nos vamos a encontrar. Los muertos pueden antojarse personajes de cartón. Sin embargo, uno no puede dejar de sentir un dolor en el estómago cuando aparecen personajes femeninos y se delata su procedencia y su destino.
Es posible que no todos estemos condenados, que no todas nuestras vidas tengan un guion previo. Esta novela es una advertencia, y también un esparcimiento, vehemente y en carne viva, pero esparcimiento al fin y al cabo. Y eso no es algo que nos sobre.

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