Operación masacre
Rodolfo
Walsh
Libros
del Asteroide
Barcelona,
2018
226
páginas
Este
es uno de esos libros que al recuperarse, al releerlo, uno siente la tentación
de empezar a hablar de él con una entrada clásica: la historia se repite, no
debemos olvidar los hechos, un clásico del periodismo y un larguísimo etcétera.
Pero a estas alturas y con la rapidez con la que evoluciona lo que conocemos
como civilización, al volver a leer Operación
Masacre uno se da cuenta de que pertenece no ya al género de la crónica,
que también, sino al de la leyenda. El propio autor, Rodolfo Walsh (1927 –
1977) es leyenda por varias razones, como ser pionero en la crónica
latinoamericana y ser uno de los desaparecidos durante la dictadura de los
militares argentinos. Posiblemente, su cuerpo, torturado, fue uno de los
arrojados al mar desde un helicóptero. Operación
Masacre es un libro cándido frente a algunas de las barbaridades que hemos
leído, testimonios directos, de torturados durante aquel régimen. Las formas de
tortura alcanzaron limites inhumanos con ocurrencias como meter a una rata
dentro de un tubo, y dejar una sola salida para que escapara, una salida que se
introducía por uno de los agujeros por los cuerpos se relacionan con el mundo;
la rata terminaba por buscar salida valiéndose de los dientes y del lugar más
blando que ofrecía su encierro. Pero no se trata de que Walsh nos quiera
espantar con su crónica. En ese sentido se muestra como un profesional. Intenta
que su relato sea lo más objetivo posible, e incluye hasta pies de página en
los que se corrige, o corrige al coro de voces si una disiente.
Estamos
en un momento en que unos señores de uniforme entran en las casas a patadas y
raptan a cualquier sospechoso. Basta con una queja mientras te limpias los
zapatos para que alguien resulte sospechoso. Y en este caso, basta con que un
grupo de más de doce personas estén reunidas más allá de las diez de la noche,
en una casa particular. El libro se inicia con el perfil de cada uno de los
miembros, unas líneas muy sencillas para conocer a los personajes que sufrirán
la operación. Y dicha operación consiste en una suerte de rapto que terminará
con un fusilamiento que sería grotesco, de no haber resultado muertos varios de
los hombres. El escape de una parte del grupo, por la noche, con apenas lo
puesto, en las afueras de Buenos Aires, corriendo sin dirección, y su
supervivencia, es una de las leyendas de la lucha contra los dictadores de
América Latina. Como lo es el interrogatorio de aquellos que vuelven a caer
presos por la policía. La investigación, que forma la tercera parte del libro,
por parte de los detectives y de los jueces, parece una broma de mal gusto.
Es
un momento en que todo sucede de una manera ilegal y arbitraria. En ese
sentido, Buenos Aires es un lugar fronterizo. Y la vida de los ciudadanos forma
parte de la leyenda, porque esa supervivencia se merece un pedestal en la
civilización moderna. Es cierto que apenas hemos aprendido nada y que el
hombre, con una curiosidad mal entendida, tiende a comprobar una y otra vez si
al meter las tijeras en el enchufe se altera la corriente y recibe un latigazo.
Pero la forma de narrar de Walsh no puede ser más limpia, mejor intencionada y
casi diríamos que con una objetividad que se rompe básicamente por dos motivos:
el primero la entrada a través de los perfiles, que nos lleva a identificarnos
con los sufrientes, a colocarnos a su lado. El segundo que el lenguaje no puede
ser objetivo, ni siquiera cuando oculta un adjetivo. De hecho, callar es más
subjetivo que intentar atar con adjetivos y adverbios. Al menos más subjetivo
de cara al lector que, inevitablemente, creará sus propias imágenes a partir de
lo leído. Y estas pueden ser más atroces que si son expresadas por el autor. En
este caso por un Walsh que echa mano de la intriga, el suspenso, la estructura
coral y, como dice Leila Guerriero en la introducción, “un lenguaje de dientes
apretados, tan ajustado a sus huesos que cualquier sobresalto resulta un
estallido”.
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