La montaña desde la pintura, la música y la literatura
Eduardo Martínez de Pisón nos vuelve a demostrar que la vida de contemplación es tan intensa como la vida de acción con ‘La montaña y el arte’, un ensayo enciclopédico que se define por el subtítulo del libro: Miradas desde la pintura, la música y la literatura.
El final de una vida se representa con la carencia de luz, con el apagón, con la mirada que no es capaz de encontrar otra cosa que no sea oscuridad. De alguna manera, todos comenzamos a perder esa capacidad de ver en un momento y nos quedan colores sin formas o sombras sin objeto. Uno es muy superficial y confunde el alma con la mirada. Según esa teoría, quedarse ciego es casi lo equivalente al alzheimer, perder los veintiún gramos, que se te escape el alma. Pero mientras exista la memoria, pura paradoja, basta con cerrar los ojos para reproducir los cuadros. Eso por no hablar de los sonidos, desde la música de réquiem, de la que todavía nos burlamos, hasta la del narrador que relata su hazaña en la montaña. Esta mañana, el narrador ha descubierto una seta de veinte kilos agazapada bajo un roble. Con esa memoria de lo más sagrado, del alma, es con la que Eduardo Martínez de Pisón (Valladolid, 1937) afronta este ensayo, tal vez el último, tal vez la coda a toda una vida. Si hasta la fecha le habíamos leído con su inconfundible estilo oral, didáctico, pedagógico, emotivo, en esta ocasión son demasiados los homenajes a los que debe dedicarse como para que el estilo se imponga. Lo que acontece se llama enciclopedia. Una enciclopedia que se define por el subtítulo del libro: Miradas desde la pintura, la música y la literatura, pero cuyo contenido es la alegría. La alegría única, la sincera, la sagrada, que es la alegría de haber vivido.
Esas son las montañas que él ha conocido, con tanta intensidad como un gran atleta. Es posible que Denis Urubko o Simone Moro sean millones de veces mejores alpinistas que Martínez de Pisón. Es seguro. Pero ese no es el fin de la vida y la obra de nuestro catedrático. Eduardo Martínez de Pisón nos ha demostrado, a lo largo de sus días y sus noches, que la vida de contemplación es tan intensa como la vida de acción. De eso versa este libro, de eso y de las formas que toma la visión de la montaña, de la alegoría, de la metáfora, de la mitología, del concepto de la inteligencia emocional, de la imagen que nos construye y nos modifica para hacernos mejores. Su forma de exploración, a pesar de todos los conocimientos geográficos que almacena en su cerebro y en su buhardilla, ha sido más poética que cartográfica. Para él no hay sabiduría sin entusiasmo, que puede surgir no solo en la montaña, sino frente a la representación de la montaña. La ciencia que estudia la montaña será, por tanto, algo que surja del asombro y termine en el respeto.
En cuanto al contenido, basta echar un vistazo al índice y saber que seguirá un registro cronológico. El Romanticismo precederá al Impresionismo, y éste al Expresionismo, tanto en música como en pintura. Pero siempre tomando como referencia las que para él son las montañas por antonomasia: los Alpes.
Más espacio ocupa el terreno dedicado a la literatura. Entre otras razones, porque donde no existen obras maestras, Eduardo busca lo significativo. Es capaz de adjudicar el género de literatura de montaña a La Divina Comedia, solo para equilibrar a la literatura del mar, que se presenta con La Odisea. Ni una es literatura de montaña ni la otra literatura del mar. El viaje de Ulises sucede en el Mediterráneo porque no había otra forma de desplazarse más rápido por tierra en aquella época. En todo caso, sería literatura itinerante. Y la obra de Dante presenta sus cuestas, sus conos ascendentes y descendentes, pero aunque tome el aspecto de montaña, es poesía que intenta representar algo que, perdonen el arrojo, uno llamaría literatura espiritual. Ahí sí que Martínez de Pisón acierta, ya que la montaña ha representado, en todas las culturas, la ascensión a lo divino. Mientras que la versión negativa de la montaña, que son los conos volcánicos, directos a la lava, representan la caída a los infiernos.
Pero la montaña está no solo en los registros de literatura religiosa. Martínez de Pisón indaga en su biblioteca personal para incluir en la relación tanto el Nature Writting como las ficciones de los montañeses; los libros de los guías más sensibles, como los clásicos franceses, y alguna ficción entre la que no sabemos por qué razón, al margen de la conciencia de su memoria, considera que Primero de cuerda es mejor literatura que En solitario. Frisson-Roché está a años luz, en términos literarios, de James Salter, aunque En solitario no sea su mejor obra y Gary Hemmngs todavía esté esperando una biografía con el estilo beatnikque se merece.
En realidad, Martínez de Pisón relaciona sus filias. Su predilección por Samivel y Buzzati, por la montaña interior, sus dudas a partir de los textos de Chateaubriand y Ortega y Gasset, a quienes no les interesó la montaña tanto como creemos que se merece. Las secuelas de Horizontes perdidos, Pearl S. Buck, Erri de Luca y un libro para partirse de risa, una parodia de las grandes expediciones, escrito por W.E. Bowman: Hasta arriba. También aparecerán, en los capítulos que no le queda más remedio que dar cuenta, los pirenaicos y el resto de España, Unamuno, George Sand, Víctor Hugo, los campesinos, el norte, Guadarrama, los balnearios o el contrabando como motivo de ficción, y esa obra fallida pero bienintencionada que es La lluvia amarilla. En cualquier caso, el libro, como él mismo comenta en algún pasaje, parte de un principio básico: en una época en que consideramos héroes a los atletas del Himalaya, hay que reivindicar que el montañismo necesita de la naturaleza y del paisaje.
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