Dalva
Jim
Harrison
Traducción
de Esther Cruz Santaella
Errata
Naturae
Madrid,
2018
475
páginas
“Recordé
algo que mi abuelo me había dicho al encontrarme después de mi paseo por los
montes en el ramal más alejado del Niobrara: que todos debemos vivir con una medida
completa de soledad ineludible, y no hemos de hacernos daño con la pasión por
escapar de ese aislamiento”. Es inevitable comenzar una reseña de esta novela
con esta cita, más aún teniendo en cuenta que el Niobrara es un río y que el
agua, a lo largo de la obra, está tratada con la reverencia de la materia con
la que se nos bautiza, con la materia de la que venimos, de la que estamos
hechos, con la materia que nos da nombre. La presencia del agua es escasa en
muchos de los paisajes de la obra, sobre todo en los que transcurren en
Nebraska. De hecho, son granjas y ranchos de Nebraska, ubicadas en medio de una
interminable desolación, de un paisaje deshabitado, lugares que carecen de agua
fácil, donde la protagonista, Dalva, intenta construir algo que le suponga
poner el suelo bajo los pies. Una granja, sí, pero también enamorarse. Cómo
dirigir una granja y cómo orientar al corazón, son los temas que la aturden.
Con apenas la mayoría de edad cumplida, Dalva tuvo un hijo al que no pudo ver
el rostro, pues fue dado en adopción. Las carnes estarán abiertas siempre.
Busca terapia en el trato con los caballos, que le resulta más sencillo que el
trato con la gente. Busca su lugar en el mundo y apenas encuentra unas pocas
personas en las que confiar.
Es
ella quien comienza narrándonos su deambular, sin apenas moverse del sitio,
pues el verdadero vagabundo no necesita sumar kilómetros sino experiencias. Las
de Dalva se caracterizan por la sensualidad y por la emoción. Y por el
mestizaje, siendo ella misma en parte india. Intenta abrirse camino en un mundo
de vaqueros y duerme en el monte como uno más de ellos, oyendo al coyote y cuestionándose
tanto su identidad como la de los personajes masculinos a los que iguala. Su
voz dará paso a la de un académico, también mestizo, que será su amante. Este
nos pondrá al día sobre la investigación antropológica acerca de los sioux. Es
un urbanita que conoce el campo a través de Dalva: la agricultura, las llanuras
y la cuestión india tal y como está en la actualidad. Nada que ver con sus
apuntes tomados de diarios con más de cien años de caducidad: diarios de
misioneros, o textos dictados por algún indio en tiempos remotos. El tipo es
hipertenso y alcohólico, es decir, con escasa posibilidades de fraguar una
verdadera relación de amor con alguien que se ha hecho su camino sin pensar en
los complejos, como es Dalva. Por su parte, él parece no haber superado
ninguno.
La
voz vuelve a su origen, a Dalva, y a la búsqueda de identidad, a las crisis de
crecimiento. Revisa su pasado y viaja hasta el mar. Pero lo que más le interesa
es el alma. Mantiene conversaciones llenas de ingenio y equipara la ciencia con
la observación de la naturaleza. Ambas situaciones son alimento para el
espíritu en un mundo hedonista, en el que lo que prima son las seducciones.
Ella quiere saber lo que supone sentir y se ve superada por el exceso de
sensaciones cuando la llega a los oídos que su hijo está vivo, que sabe de su
existencia y que la está buscando. La esperanza de conocerle cubre cualquier
otra ilusión, empequeñece hasta su propio viaje interior y la terapia de las
grandes llanuras. Desconocemos si Jim Harrison (Michigan, 1937 – Arizona, 2016)
se inspiró en alguien para crear este personaje, pero nos gustaría pensar que
así fue, porque merece la pena conocer a Dalva.
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