lunes, 21 de mayo de 2018

DALVA


Dalva
Jim Harrison
Traducción de Esther Cruz Santaella
Errata Naturae
Madrid, 2018
475 páginas

“Recordé algo que mi abuelo me había dicho al encontrarme después de mi paseo por los montes en el ramal más alejado del Niobrara: que todos debemos vivir con una medida completa de soledad ineludible, y no hemos de hacernos daño con la pasión por escapar de ese aislamiento”. Es inevitable comenzar una reseña de esta novela con esta cita, más aún teniendo en cuenta que el Niobrara es un río y que el agua, a lo largo de la obra, está tratada con la reverencia de la materia con la que se nos bautiza, con la materia de la que venimos, de la que estamos hechos, con la materia que nos da nombre. La presencia del agua es escasa en muchos de los paisajes de la obra, sobre todo en los que transcurren en Nebraska. De hecho, son granjas y ranchos de Nebraska, ubicadas en medio de una interminable desolación, de un paisaje deshabitado, lugares que carecen de agua fácil, donde la protagonista, Dalva, intenta construir algo que le suponga poner el suelo bajo los pies. Una granja, sí, pero también enamorarse. Cómo dirigir una granja y cómo orientar al corazón, son los temas que la aturden. Con apenas la mayoría de edad cumplida, Dalva tuvo un hijo al que no pudo ver el rostro, pues fue dado en adopción. Las carnes estarán abiertas siempre. Busca terapia en el trato con los caballos, que le resulta más sencillo que el trato con la gente. Busca su lugar en el mundo y apenas encuentra unas pocas personas en las que confiar.
Es ella quien comienza narrándonos su deambular, sin apenas moverse del sitio, pues el verdadero vagabundo no necesita sumar kilómetros sino experiencias. Las de Dalva se caracterizan por la sensualidad y por la emoción. Y por el mestizaje, siendo ella misma en parte india. Intenta abrirse camino en un mundo de vaqueros y duerme en el monte como uno más de ellos, oyendo al coyote y cuestionándose tanto su identidad como la de los personajes masculinos a los que iguala. Su voz dará paso a la de un académico, también mestizo, que será su amante. Este nos pondrá al día sobre la investigación antropológica acerca de los sioux. Es un urbanita que conoce el campo a través de Dalva: la agricultura, las llanuras y la cuestión india tal y como está en la actualidad. Nada que ver con sus apuntes tomados de diarios con más de cien años de caducidad: diarios de misioneros, o textos dictados por algún indio en tiempos remotos. El tipo es hipertenso y alcohólico, es decir, con escasa posibilidades de fraguar una verdadera relación de amor con alguien que se ha hecho su camino sin pensar en los complejos, como es Dalva. Por su parte, él parece no haber superado ninguno.
La voz vuelve a su origen, a Dalva, y a la búsqueda de identidad, a las crisis de crecimiento. Revisa su pasado y viaja hasta el mar. Pero lo que más le interesa es el alma. Mantiene conversaciones llenas de ingenio y equipara la ciencia con la observación de la naturaleza. Ambas situaciones son alimento para el espíritu en un mundo hedonista, en el que lo que prima son las seducciones. Ella quiere saber lo que supone sentir y se ve superada por el exceso de sensaciones cuando la llega a los oídos que su hijo está vivo, que sabe de su existencia y que la está buscando. La esperanza de conocerle cubre cualquier otra ilusión, empequeñece hasta su propio viaje interior y la terapia de las grandes llanuras. Desconocemos si Jim Harrison (Michigan, 1937 – Arizona, 2016) se inspiró en alguien para crear este personaje, pero nos gustaría pensar que así fue, porque merece la pena conocer a Dalva.

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