Cambridge en mitad de la noche
David
Jiménez Torres
Entre
Ambos
Barcelona,
2018
170
páginas
Una
semana no es una cifra que quiera decir otra cosa que lo cotidiano. Así de
semana en semana, vamos pasando lo que no nos damos cuenta que es la vida. La
semana es la medida, porque la medida viene marcada por la interrupción del
descanso. Sin embargo, una semana, mirada día a día, da como fruto el número
siete, que junto con en trece o el tres, simboliza muchas otras cosas,
culturales, sociales y asociales, religiosas y educativas. En ese espacio, un
pequeño grupo de emigrantes de postgrado, afincados en Cambridge, ven cambiar
sus destinos. Son gente que se mueve en un mundo paralelo, al margen de lo
popular, idealistas o cultos, eficaces en la investigación o inquietos en
asuntos de economía a pie de calle. Se han conocido por casualidad en un pub,
durante un torneo de preguntas y respuestas en el que han fracasado por no ver
los programas de televisión al uso. El español tiene cierto complejo de
inferioridad, como si necesitara resarcirse de una vida en la que no ha
destacado por nada. La coreana acarrea consigo los problemas de integración
familiar, hasta el punto de que si se encuentra en un colegio mayor de
Cambridge parece ser debido a que sus progenitores pretenden quitársela de en
medio una temporada. La inglesa, que debería ser la única no inmigrante, es,
sin embargo, experta en pobreza marginal americana; su tesis expresa un deseo
de partir, de huir, una manifestación de su activismo político de izquierdas.
El mexicano es la expresión de cierta ambición política, teniendo en cuenta que
por política se entiende algo muy diferente allí de donde viene, el país de las
revueltas populares, el país condicionado por el narcoterrorismo, el país pobre
con mayor índice de personas obesas del mundo.
El
pegamento que les une es la conciencia de estar viviendo un nuevo momento en la
lucha social. Se cruza la realidad y el deseo, el amor por el desconocido, la
posibilidad de poner en movimiento marchas sobre las capitales para obligar a
los países a cambiar su política. Para aclararnos, en Inglaterra se está
viviendo un momento equiparable al del 15-M en España. Cambridge es una ciudad
que facilita el alimento que precisa ese impulso, el arma proteica para luchar
contra la injusticia. Al mismo tiempo que se manifiestan en rebeldía juvenil,
los protagonistas se están dando cuenta de que hacerse mayor es algo muy
difícil. El momento de sus vidas por el que atraviesan es una bisagra sobre la
que gira la puerta que se abre en una u otra dirección. Es hora de hacer
elecciones y pensar que estas deben ser maduras. Algunos tienden a separarse
del mundo conocido, cediendo a la tentación de encerrarse. Otros huyen, a Nueva
York, por ejemplo. Y está quien se queda, para terminar esa etapa de cambio,
para seguir en la lucha social desde sus estudios y participando en
manifestaciones.
El
final de esta puesta en escena, que parece recién vivida por el narrador, tal
vez incluso fresca en la memoria del autor, que escribe esta obra para explicarse
lo que significó el paso que hay entre la última adolescencia y lo que viene
antes de ser un adulto integrado, es veloz y múltiple. La cosecha que se recoge
no es buena, pero en gran medida el final está abierto. Los personajes tendrán
que transformarse. Y el mundo seguirá rodando mientras contamos el tiempo por
semanas, por domingos.
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