Actos humanos
Han
Kang
Traducción
de Sunme Yoon
Rata
Books
Barcelona,
2018
250
páginas
Dos
características unen a la guerra o a los actos de guerra, que son los que dan
unidad a este volumen: la fragmentación y el odio. Cuando uno ha vivido ciertos
trances, ya no volverá a sentirse una persona integrada, completa, total, ni
será posible perdonar. De hecho, uno se siente incómodo si piensa que tendría
que perdonar una matanza. Una rebelión popular sofocada con tanques y
metralletas, en una población de tamaño medio, seguida por un pequeño
porcentaje de personas, es decir, matar moscas a cañonazos, lo cual supone que
caerán también los demás seres vivos que se encuentren cerca, da pie a estos
relatos, que son fragmentos. Pero que están unidos, porque la voz que relata,
hombre o mujer, de la edad que sea, es la misma. En realidad, como no podía ser
de otra manera, el libro versa sobre la estupidez. Y da la sensación de que esa
maravilla temperamental es potestad del ser humano. Matan y sacuden por la
patria, sea eso lo que sea, algo mucho más importante que la vida de un niño,
por ejemplo. Te acusan solo por pasar por allí en el momento inoportuno, y se
reproduce un discurso que alguien debe de entender que tiene sentido, alguien
con el estómago blindado, porque en el otro fiel de la balanza está el hedor de
las tripas en descomposición.
Este
libro está lleno de seres hambrientos y gente que corre desprotegida bajo la
lluvia. Personas que se preguntan si la vida va a ser siempre esto. Maldición.
Y luego vaga entre cadáveres o sufres censura mientras te golpean sin que
comprendas la razón. Los civiles pueden llegar a plantearse todo, porque se les
viene el mundo encima y su lucha es justa, pero el precio es alto. Sin embargo,
los de uniforme no se plantean nada. Van con la culata del fusil por delante y
tras romper el tabique de la nariz acusan. Ni siquiera preguntan.
Han
Kang vuelve a componer un libro potente, sobre los vínculos entre la revolución
y la conciencia. Para ello se sirve de párrafos en los que refleja sin
cortapisas la crueldad gratuita. De tal manera que la moral, la única que nos
queda, la moral del sufriente, es verse reducido a los huesos. Si con ello
conservas la dignidad, entrarás en otro universo, no en la batalla de los
hombres corrientes. El momento sobre el que trabaja Kang es el del cambio
social, cuando se reclama el final de una dictadura para que venga algo
distinto después. Aunque nos decepcione. Los individuos se vuelven crisálidas y
algunas de ellas se rompen antes de renacer; el ser fragmentado que queda
malherido se preguntará de qué diablos tiene él la culpa para que le suceda
eso. Como la chica con trastorno de estrés postraumático, insomne, incapaz de
ninguna clase de contacto físico, tras ser torturada por la vagina. O la madre
que nos enumera cómo va viendo caer a sus hijos, lo que sería una madre coraje
si el coraje estuviera a su alcance.
Este
narrador plural, múltiple, de varios pares de ojos, termina con un epílogo de
cierto carácter autobiográfico. Los hechos en los que se basan los relatos sucedieron
siendo ella una niña. ¿Qué parte es recuerdo propio y cuáles son los recuerdos
prestados? El recuerdo propio, el del niño, el de la pureza, es el de quien no
sabe si debe guardar memoria de lo que acontece, para tomar conciencia más
adelante, para inventar su revolución, su moral raspada hasta el hueso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario