Viaje
al Oriente
Hermann
Hesse
Traducción
de Nuria Molines Galarza
WunderKammer
Girona,
2025
114 páginas
Que
Oriente ha sido y será un lugar mágico, el sitio desde el que llegaron mil noches
y una noche o la espiritualidad del budismo, no lo pone nadie en duda, y mucho menos
Herman Hesse (Calw, 1877 – Montagnola, 1962). Ahí está su Siddhartha,
por ejemplo, para demostrarlo, aunque las intenciones de explorar cómo mejorar
en alma humana, con influencia de la cultura oriental, se pueden buscar en otros
títulos, como El lobo estepario o El juego de los abalorios. El título
de este relato, escrito en 1932, en el oscuro periodo de entreguerras, es una
confesión en ese sentido: hay que intentar llegar a los lugares donde se
encuentra la sabiduría, porque en la región en la que vivimos sólo hay tintes
negros. Pero Hesse era muy consciente de que el alma, como el viaje, es
interior. De ahí la ingenuidad que caracteriza a los miembros del grupo que
emprende este viaje, esta búsqueda, en la que cada loco carga con su tema: «la
cuestión era que nuestro Oriente no solo era una tierra, un punto geográfico,
sino que era el hogar y juventud del alma, estaba por todas partes y en
ninguna, era la unión de todos los tiempos».
El
grupo emprende un itinerario que «tal vez sea triste a la par que hermoso», durante
el cual cada uno de ellos, y muy especialmente el protagonista que lleva por
nombre H.H., espera crecer. Pero existe un riesgo patente en cualquier
itinerario, que es que algo ajeno a uno mismo le obligue a abandonar. En la
ruta que va desde la civilización a la pureza no cesarán de surgir escollos. Y
estos pueden llegar al límite cuando suponen la desaparición de uno de nosotros,
que puede ser el más querido, algo así como el hermano pequeño cuya inocencia
nos gustaría ser capaces de reproducir. Hay situaciones en las que nos enfrentamos
con lo que somos, cuando estamos llevando a cabo un proyecto en el que la bandera
es lo que deberíamos ser. H.H. regresa a casa con la duda de si su acto puede
considerarse una traición, y para resolverlo pone en marcha la memoria y así
comienza a relatar. Pero el relato no es tan sencillo: «Y esa duda no solo
formula la siguiente pregunta: “¿Tu historia se puede contar?”. Sino también la
de “¿Era vivible?”».
Del
viaje, la compañía, la pérdida, la comunidad o el aprendizaje que nos muestra
Hesse podría extraerse una lectura metafórica, que se carga de sentido cuando
apunta que «En ningún sitio hay una unidad, un centro, un eje sobre el que la
rueda pueda girar». Pero Hesse no se limitará a un relato de corte espiritual,
pues siendo, como es, un gran narrador, necesita que la rueda de la imaginación
gire y recurre a algo con cierto corte gótico: un encuentro sorprendente con el
desaparecido, una suerte de secta con sus jueces y jurados, la posibilidad de
la condena del alma, el juicio. Y el narrador involucrado en ello con cierto
fanatismo: «Y lo haré, mientras siga siendo posible, teniendo presente el
primer fundamento de nuestra gran época: nunca confiar, nunca dejarme engañar
por los principios de mi razón, siempre creer con más fervor en la fe que en la
supuesta realidad». Supuesta realidad, es decir, posible ficción. Y es que uno
de los temas que subyacen al relato es la vida que hay en los personajes de
ficción, que en ocasiones es más voluminosa que la que poseen los creadores. En
cualquier caso, como nos viene a recordar Hesse, durante la lectura estos son
reales. De ahí que nos intrigue su suerte, que nos importen las sorpresas que
les va deparando el destino, aunque detrás de este esté un autor. Como siempre,
Hesse nos invita a reflexionar.
Fuente: Zenda
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