Paraíso
Abdulrazak Gurnah
Traducción de Sofía
Noguera Mendía
Salamandra
Barcelona, 2021
300 páginas
La recordábamos como
una Bildungsroman, una novela de aprendizaje, en la que se reconocía
cierto conflicto entre el islam y el animismo, y entre el mundo tanzano y el
colonialismo incipiente. Los comerciantes viajaban como héroes exploradores y
el protagonista habitaba en un mundo purísimo, tanto como para disolver
tensiones que en cualquier otro relato, con cualquier otro pulso, nos habrían
marcado a fuego. Todo esto se mantiene activo, pero la relectura implicará
otras reflexiones.
Debemos situarnos en un
tiempo en el que el continente africano se encontraba en pugna identitaria,
sufriendo el acoso europeo, lo cual suponía más decadencia que progreso. Al
menos más decadencia en el sentido que supone la disolución, poco a poco, de
una forma de vida, de una forma de relacionarse, por mucho que esto supusiera,
con frecuencia, supervivencia bravía. El mundo al que nos lleva Gurnah es un
mundo en formación, desde el punto de vista occidental, y es un mundo que
agoniza en términos narrativos. Todavía es la magia la que explica muchos de
los sucesos, unos principios que no podemos dejar de leer como impresiones
ingenuas. Ingenuo viene del latín ingenuus: hombre libre, no esclavo,
con un linaje libre interior y por tanto noble, aunque también se emplea con el
valor de natural de un lugar. Sobre ese sustrato Gurnah crea a nuestro pequeño
héroe. De hecho, nada más comenzar la novela conocemos a su familia, pobre, que
por no poder alimentar a un Yusuf recién ingresado a la pubertad, tienen que
pedirle que se vaya de casa. El recurso lo hemos conocido toda la vida, pues
está en los tradicionales cuentos de hadas. A ellos nos remite Gurnah, a ellos
y a las expresiones de asombro que ahí hemos encontrado. Pero también a la
descripción de África, pues uno de los puntos fuertes del estilo del autor
tanzano será la descripción de lugares físicos, una especie de dirección de
arte que nos mete dentro de la novela a través de su impecable ambientación.
Yusuf es un muchacho
guapo y esa condición marcará sus pasos. Para saldar la deuda, los padres disponen
que sirva al mercader a quien deben dinero, lejos de la familia. El
protagonista se verá en la tesitura de crecer, junto a un compañero algo mayor
que representa al ayudante del niño que se aventura en el exterior en los
cuentos de hadas. Y se encuentra con la metamorfosis de un mundo: se extinguen
los mitos, las leyendas y las razones mágicas, y se otea la amenaza de los
europeos belicosos, capaces hasta de devorar metal. Las viejas supersticiones
serán cambiadas por otras nuevas, antes de que la ciencia y la tecnología impongan
otra realidad sobre la que Gurnah parece preferir no hablar. “Para convertirse
en guerreros de verdad, tienen que cazar un león, matarlo y luego comerle el
pene. Cada vez que comen un pene pueden casarse con otra mujer, y cuantos más
penes comen, más importantes los considera su propia gente”, pertenece a lo que
se diluye. “Se mudaron a Kawa porque esta ciudad prosperó gracias a que los
alemanes la utilizaban como depósito mientras construían la línea de
ferrocarril que llegaría a las tierras altas del interior. Pero este esplendor
fue flor de un día, y ahora los trenes sólo se detenían para recoger madera y
agua”, es el presente. Los europeos ocupan el lugar del terror ausente. Son
algo así como el hombre del saco, el último recurso para intimidar.
De hecho, su aparición
será demoledora, en el único pasaje en el que se dejan ver. Sucederá al final
del viaje, pues la novela también incluye un itinerario para valientes, al que
nuestro protagonista asistirá como un espectador que siente lo que sucede con
todo el cuerpo. Nace en la novela un tanto indefenso, sin bagaje pícaro, y se
verá forzado a madurar entre grupos violentos y conflictos extraños. El mundo
adulto es un montón de dificultades, sin más, y es absurdo que se comporte como
tal: “Imaginaba que todos se sentían así, como si anduviesen a tientas por un
lugar en medio de la nada. Dijo que el terror que se había apoderado de él no
era lo mismo que el miedo. Era como si no contara con una existencia real, como
si estuviera viviendo en un sueño, al borde de la extinción. Lo obligaba a
preguntase qué era lo que tanto deseaban aquellas personas, capaces de superar
aquel terror en busca de comercio”.
Como es absurda su
esclavitud. Aunque este concepto parece estar bastante al fondo del mensaje de
la obra. Pero en algún momento reconocemos que el hecho de que haya gente dueña
de gente supone que se nos está hablando de uno de los grandes temas humanos:
la libertad. Por algo la obra se titula Paraíso. Y por algo nos recuerda
-por su frescura, por su vitalidad, por su facilidad, por su optimismo, a pesar
de la oscuridad, y por la exposición que nos hace de una naturaleza humana en
formación- nada menos que a Robert Louis Stevenson.
Fuente: Revista de letras
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