El rey de Kahel
Tierno Monénembo
Traducción de Pedro
Suárez Martín
Baile del sol
Tenerife, 2021
307 páginas
Existe, todavía, el sueño
de África, que en Europa es tanto el sueño del regreso al útero materno como el
de la aventura, el de descubrir que existe aquel mundo sin series a través de
plataformas de pago, sin redes sociales para encontrar pareja, sin tanta app
para casi todo, un mundo, en definitiva, donde el sol y las sonrisas ocuparán
el lugar que ahora ocupan las pantallas. Uno viaja a África pensando que allí
la vida es auténtica, suponiendo que la autenticidad sea esa misma vida de la
que tantos huyen rompiendo suelas de sur a norte, desgastando sus cuerpos en una
migración que representa lo peor de la humanidad. Pero antes, mucho antes, el sueño
de África era de exploración y conquista. Y será esta palabra, conquista, la perniciosa.
Uno ha venido a estar brevemente en este mundo para explorar, aunque apenas se
mueva del salón de su casa. La conquista, sin embargo, responde a un proyecto de
ambición. Aunque este proyecto sea bienintencionado.
Aimé Víctor Oliver fue un
expedicionario francés embravecido por el sueño de África. Entre los años 1875
y 1888 visitó varias veces el continente, donde llevó a cabo iniciativas suficientes
como para que acabara su vida siendo reconocida como suya la conquista pacífica
del imamato de Futa Yalón, en la Guinea actual, múltiples tratados con jefes
indígenas y el embrión del primer ejército formado por los africanos. Sobre
este personaje compone Tierno Monénembo (Guinea, 1947) una entretenida novela
que versará sobre el choque cultural y humano. En un principio, no podemos
olvidar a Mungo Park y, sobre todo, la genial novela de T.C. Boyle, Música
acuática, sobre este expedicionario. Debemos advertir que Monénembo no posee
los recursos estratégico y estilísticos de Boyle, o al menos no en esta obra,
que pretende ser mucho más divulgativa que la del americano. Monénembo trae a cuenta
el ferrocarril, como iniciativa del expedicionario. Y el ferrocarril era
entonces el paradigma del progreso y como tal viene a azotar la superficie de
África. Será motivación y será condena. Y será esa idea que flote por encima de
nuestras cabezas, ayudando a representar la distancia entre el africano y el
europeo. La pregunta clave, tal vez sea qué es ser extraño, qué supone ser extraño.
¿Quién es el extraño?
Monénembo tira de una
ironía amable para construir un personaje con tintes de orate. Pero estos tintes
no son sólo personales, pues también pertenecen a una idea social, esa que se
refleja en la colonización, en la necesidad de implantar las ideas propias, que
son heredadas y no se cuestionan, en las mentes de los demás. Nuestro
protagonista es un soñador y el sueño será lo que le salve, lo que le dé ese
toque de tenacidad que precisa para seguir adelante. Asistimos a una de estas
novelas en las que el protagonista no es capaz de encontrar su lugar en el
mundo, a la novela del pulpo en el garaje. Es él quien ha entrado allí y será a
él a quien le parezca rara la belleza de África y de los africanos. En
realidad, por mucho que nos empeñemos en ello, no somos el eje de nada: “El
país sigue siendo encantador. Es una sucesión de colinas y de hondonadas
deliciosas. Sólo faltan granjas, mansiones y castillos para ser superior a todo
cuanto Europa ofrece como más seductor…”. Esto apunta en sus diarios, mientras
viaja, en esa parte itinerante de la obra que nos remite, con prudencia, a la itinerancia
de la novela picaresca, pero sin pícaro. Es posible que este diálogo resuma, mejor
que cualquier otra cosa, la motivación por la que Monénembo creyó imprescindible
escribir esta obra:
“-Usted es un tipo raro. ¿Qué será lo que puede atraerlo en África?
“-El gusto por la Historia, justamente, señor británico. Europa está hastiada. Aquí es donde la Historia tiene una oportunidad de volver a empezar. ¡Con la condición de sacar al negro de su estado animal!”
Demasiadas condiciones,
demasiadas deudas pendientes. Sólo el amor sanará, de vez en cuando, a nuestro
expedicionario.
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