Flor de hadas en el bolsillo
Juan
Antonio Fernández Madrigal
El
Transbordador
Málaga,
2018
236
páginas
Este
libro es una defensa cerrada de la imaginación, y de la poesía como forma de
imaginación. Porque durante los primeros cuadros y pequeñas historias, hasta el
momento en que un detonante hace caer al narrador, Juan Antonio Fernández
Madrigal (Córdoba, 1970) se muestra como un admirador de ambas. El punto de
vista viene de un recurso conocido: un extraño cae en nuestra época y la
describe. Con esto en las manos, se puede escribir Sin noticias de Gurb o los guiones de la serie Alf. En este caso, el viajero que aterriza viene de un sitio que se
llama nomorfa, así, con minúscula, y que se supone que es el futuro. Este
planeta ya destrozado, hasta el punto de haber perdido el derecho al nombre
propio. Nomorfa puede ser un acrónimo de no-forma o, lo que viene a ser lo
mismo, el uso de la negación y el término griego morfo. No viene de amorfo o
deforme, sino de nomorfa. Y el viaje lo hace gracias a algo conocido como flor
de hadas que a lo que nos remite es tanto al polvo mágico de Campanilla, el
hada de Peter Pan, como a un nombre de una nueva droga de diseño, algo que
ayuda a ver el mundo lleno de unicornios.
Pero
lo interesante es que la prosa, muy poética, que Fernández Madrigal utiliza
está al servicio de la captura de tesoros efímeros. Los pocos que podríamos
hallar y que, en buena medida, como la carta robada, están delante de nuestras
narices. Tiene que venir un alien del tiempo para descubrir que estamos dentro
de las fechas en que podemos reaccionar y preservar el bien de la fantasía. A
modo de dietario, en cada pieza reconocemos influencias de lo más sorprendente,
sobre todo por lo bien integradas que están en las imágenes: sabemos de Lewis
Carroll es uno de los padres del autor, como lo es Borges; pero también los
padres de Borges y en algún momento Omar Jayam y un poco de sufismo, junto con El Principito y Lao Tsé. Hay ingenio,
sí, pero también sabiduría. Fernández Madrigal es un acérrimo defensor de la
paciencia y del hombre proactivo, es decir, de la paciencia como virtud que se
ejerce, no como resignación inmóvil. Para ello, le basta con venir desde el
futuro. Aunque sea desde un segundo más allá en el futuro.
Todo
esto se llama, en términos legales, magia. Las preguntas que no cesan de
suceder, requieren un tipo de respuesta que no pueden venir de la razón. A lo
que no conocemos, a lo que se ve con el corazón y no con los ojos, lo llamamos
magia, ilusión, fantasía. Imaginación y poesía. Si el viajero viene del futuro,
está pues revisando la infancia de nomorfa. La infancia es el tiempo de las
hadas, pero también el de las cosas finitas, o finitas en cuanto a su utilidad,
porque su presencia en nuestra construcción es un tesoro o una maldición. Sí,
porque también hay lobos en este volumen que, libremente, llamaremos novela.
Antes
hemos mencionado la caída del narrador. A partir de ahí, el tono de la obra
cambia. Atiende más a lo concreto, a lo anecdótico. Traza un dibujo social y se
relaciona con ficciones de moda tanto como con los grandes mitos. Está presente
Batman, y a continuación Ulyses. Si se trata de una novela, no desvelaremos el
final, lleno de interrogantes: sobre la drogadicción, el surrealismo, las
batallas de irrealidades o la muerte de lo legendario. Tal vez sacrifique un
poco el tono de la obra para darle una consistencia narrativa. Pero eso no
invalida la calidad de la literatura que poco a poco ha ido desarrollando antes
Fernández Madrigal.
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