Cuaderno de montaña
John
Muir
Traducción
de Miguel Delibes de Castro
Volcano
Madrid,
2018
200
páginas
Aunque
las intenciones de John Muir (1883 – 1914) siempre fueron las de conciliar
ciencia y poesía como una misma cosa, en buena medida se acerca a la hipótesis
de Gaia sin querer pronunciar este término. No habla de Pachamama o de
espiritualidad en un sentido religioso, pero sí de la Tierra como un ser único
y sensible: “El sonido era profundo, amplio y severo, como si toda la Tierra
-convertida en criatura viviente- hubiera encontrado por fin una voz y
estuviera llamando a sus planetas hermanos”. Este es John Muir, el hombre para
quien el hogar es un sendero, un sendero que él mismo va abriendo,
adelantándose a cualquier otra persona a la hora de pisar terrenos vírgenes,
paisajes perfectos como los de Yosemite o Yellowstone. Alguien que siente los
fenómenos de la naturaleza como algo hermoso, muy hermoso, aunque se trate de
lo más atroz, lo más temible: “Asustado pero entusiasmado a la vez, salí a la
carrera de mi cabaña, situada cerca de Sentinel Rock, gritando: “¡Un noble
terremoto!”, con la certeza de que el acontecimiento me iba a enseñar algo”.
Uno puede imaginarse que si concede a los terremotos la categoría de nobleza,
cómo llegará a adjetivar a las mariposas o a las coníferas. Y, por otra parte,
está la expresión de su mente abierta, de si deseo de aprender, algo que
considera que solo cabe hacer en la naturaleza. Para John Muir cabía la
posibilidad de ser sublime sin interrupción, pero solo a través de la vida en
la naturaleza y el respeto contemplativo.
Este
libro que nos regala Volcano es una recopilación de textos centrados en la
montaña, organizados por fenómenos, como el viento o la nieve, y por lugares
concretos, los que más impresionaron a Muir. Pudo elegir otras versiones de la
naturaleza, pero se enamoró de Alaska y de los montes de California. Y escribió
mucho sobre ellos, siempre de forma sencilla y directa. Apenas resucita ningún
recurso literario, apenas hay alguna metáfora, por ejemplo, y de existir será
muy sencilla. Como lo son todos sus textos, en los que traduce la naturaleza a
lenguaje con descripciones precisas, en las que lucha para que el lector vea
las mismas imágenes que él ha disfrutado. Puede que no estemos ante el mejor
escritor del planeta y seguro que ante quien no pretendía serlo. Pero este
libro contiene algo mucho más sagrado: el amor verdadero: “dos o tres cascadas
apacibles y alguno rápidos de vez en cuando, relajantes y rumorosos, que
acaparan la mejor música y poesía de su vida y que, según lo planeó el hielo,
contribuyen al gran himno de Yosemite”. De nuevo concede a un fenómeno de la
naturaleza, el hielo, una cualidad no ya humana, sino divina.
“Si
somos más o menos capaces de leerlos, los vientos son anuncios de todo lo que
tocan”. Muir se adelanta a los estudios sobre la nieve y el viento, y esboza
algunas cualidades científicas, aunque, como queda patente en la frase,
expresadas con un amor admirativo. El paisaje, sin duda, es un ser vivo, y cada
fenómeno del paisaje es, a su vez, otro ser vivo que lo habita. Y nuestro lugar
debe ser siempre la admiración, como admiramos a las personas divinas, con
reverencias, sin mancharlas con una pisada o desdibujándolas en una caricatura.
Poco a poco va acumulando experiencias y sabe que sobrevivirá a la tormenta,
que también será hermosa. Uno debe dejarse llevar por la hipnosis de la
naturaleza, aunque no sea preciso llegar a dar la espalda del todo a la
civilización, como hizo el propio Muir. La vida, eso sí, brota de la Tierra,
frente a la civilización, que es lo que el hombre arranca de la Tierra. El Edén
sigue siendo el bosque y cada uno de sus componentes, hasta el mínimo insecto,
es una forma diferente de felicidad. Muir pudo disfrutar, pues, de una
felicidad interminable y transmitirnos esa sensación en sus escritos. Aunque
apenas existiera el turismo, ya maldecía sus rastros. Porque al contrario que
el que convive en la naturaleza, el turista no permite que las montañas le
sosieguen la mente. Muir consideraba que la humanidad es la parte malvada de la
Creación, porque la gente llega a disfrutar con el sufrimiento. El resumen de
su mensaje es que hay que dejarse amablemente sacudir y estremecer. Escuchar la
música de la montaña y permitir que la interior coincida con ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario