Papeles de Pandora
Rosario
Ferré
La
Navaja Suiza
Madrid,
2018
252
páginas
En
una época en que la literatura en español por fin estaba terminando con el
realismo puro y duro, cuando la fiebre por los experimentos verbales como los
de Julián Ríos se habían calmado, un puñado de autores estaba creando un nuevo
tipo de literatura, algo en la que los atrevimientos con el lenguaje y la
gramática ya estaban en función del relato, aunque en ocasiones diera la
impresión de que había que buscar el relato detrás de lo puramente verbal. En
esa etapa encontramos a Juan Benet, por ejemplo, que es quien realmente
revoluciona la forma de entender la literatura en este país, y a Julio
Cortázar, mencionado por los editores de este libro como el maestro de Rosario
Ferré (Ponce, 1938 – San Juan de Puerto Rico, 2016), si bien se le podría
añadir, dado que la versatilidad en los relatos es grande, a José Lezama Lima o
a Alejo Carpentier, autores bien digeridos por la propia Ferré. Papeles de Pandora es el primer libro
publicado por Ferré y en él ya define cuál será su mundo personal, algo que
sale a flor de blanco sobre negro desde todos los rincones de la mente,
incluidos aquellos que no conforman la inteligencia. Las terminaciones
nerviosas de Ferré están muy activas para percibir sensaciones que luego
intentará traducir con las herramientas de un lenguaje que se va quedando
pequeño frente a su imaginación. Se trata, en buena medida, de un libro sobre
las distintas formas de soñar, desde las oníricas hasta las ilusiones.
Uno
percibe rápidamente el viaje hacia el realismo mágico y la vanguardia
surrealista, el mundo fragmentado, que es lo que confiere verosimilitud a los
relatos, y la unidad de estilo, que hace del libro un proyecto literario.
También que en el mundo de Ferré la pintura ha influido tanto como los libros
leídos. Mientras otros autores escribían para sí mismos, Ferré creaba
narradores, voces, que parecían narrar para sí mismos. Porque de otra manera
resulta complicado entender la libertad que se toma para hablar sobre
mortificaciones y el orgasmo, creando neologismos y metáforas sexuales, usando
libremente los elementos gramaticales para darle más oralidad pura y dura al
relato, que en las ocasiones más intensas se presenta en forma de invocaciones
mágicas. Detrás de todo esto está el dominio y la fuerza de unos hombres sobre
otros, y en buena medida de los hombres sobre las mujeres. El lenguaje está
puesto a fermentar y se utiliza para arrasar lugares, desde los lugares comunes
hasta ciudades enteras. Será barroco e hipnótico, pero es lo que nos empuja a
saber que nos enfrentamos a algo que debemos descubrir. En ese sentido, Ferré
es hija de William Faulkner. En ese y en el de tener presente que la vida,
sobre todo la del pobre, no vale nada.
Papeles de Pandora
construye un mundo con complejos, también en todos los sentidos de la palabra,
y es un esfuerzo descomunal por representarlos. Los complejos, ya lo sabemos,
están unidos a los deseos y los deseos, nos dicen los hombres espirituales de
oriente, terminan por llevar al dolor. En este caso, Ferré adopta puntos de
vista en los que el dolor proviene en buena medida de la rigidez fruto de los
prejuicios, porque los prejuicios son implantes, son prótesis que tomamos por
cuerpo. Creemos que el tiempo es lineal y ella lo dobla y manipula. El mestizaje
es cultural, social, religioso, tradicional y a pesar de todo ello pensamos en
nosotros mismos como una unidad, una idea que se va desmontando a medida que
leemos estos relatos. Las maldiciones presentes son obra de los propios
hombres, obsesionados con las relaciones y con el cuerpo. Obsesionados con el
miedo, y con el miedo a lo que le sucede al cuerpo de uno, incluido el del
sentimiento de soledad. De ahí brota la necesidad de Ferré de expresarse. De
ahí que este conjunto de relatos sea una experiencia única en la literatura en
nuestro idioma.
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