Por carreteras secundarias
Alfonso
Armada
Malpaso
Barcelona,
2018
395
páginas
En
algún momento, entre las tripas de este sencillo (una virtud que está en
decadencia y por tanto cabe valorar más) libro de viajes, Alfonso Armada (Vigo,
1958) se pregunta por el papel que los medios de comunicación están haciendo a
la hora de dibujar España. O este condado al que llamamos España, este trozo de
tierra que una serie de avatares por lo general vinculados a la guerra, ha dado
en trazar unas fronteras, que no dejan de ser una ficción, y recibir el nombre
de España. La expresión que Armada utiliza es “dibujo arbitrario” y el adverbio
de modo “históricamente”. Dicho de otra manera, esto es lo que sucede ahora y
apenas tiene una validez fugaz. Pero él quiere dejar registro del paisaje que
abarca la mayor parte del territorio, unido por el crepúsculo, unido, incluso,
por la elegía, en lugar de las batallas geopolíticas que, por costumbre, tienen
lugar en las grandes poblaciones. Antes de mencionar que este libro es un
humilde tratado sobre el tema de la España vacía, algo muy actual a lo que él
aporta la periferia, también vacía, el país que hay detrás de los grandes
edificios que limitan las playas, por ejemplo, habla de Faulkner. Y es que el
proyecto literario de quien tal vez sea el mejor escritor de los últimos cien
años se centra en la creación del condado de Yoknapatawpha, novela a novela,
relato a relato. El condado resulta ser un lugar provinciano pero un retrato
del mundo. El mundo, al fin y al cabo, es provinciano. Nadie ha nacido y ha
crecido en todos los lugares a la vez. Lo que lamenta Alfonso Armada es que los
periódicos cierren filas en torno a una España que consiguen que se asemeje más
al condado de Yoknapatawpha, que amplíen miras mostrando a la gente que hay
vida más allá del horizonte. Y en algunos casos, hay belleza.
Por
carreteras secundarias es un libro de viajes en constante movimiento, en el que
los protagonistas apenas se detienen, pero ese movimiento, eso sí, es lento. La
ventaja de la lentitud es que a uno le da tiempo a ser buena persona, a meditar
ese gesto, esa palabra, de manera que no haga daño. El libro, que recorre los
lugares moribundos, no puede sino ser pesimista, con el patetismo de Unamuno,
que a la par que siente morir el mundo oye el canto de los pájaros. Escrito con
un estilo moroso, cuidado, mimando las expresiones, Armada iguala el paisaje
con el pasado, la noticia con la erudición. Es un observador que nos refleja
los lugares y las personas para que pensemos. A lo largo de la obra se
mencionan algunos de los escritores que pueden haber influido en ella. La
sensación que pretende dar es que es fundamentalmente española, en el mismo
sentido en que son españoles las generaciones del 98 y del 27. Hemos mencionado
a Unamuno y es inevitable acordarse, como se acuerda él durante el viaje, de
Azorín. O como se acuerda Ignacio Martínez de Pisón en el prólogo, nos viene a
la cabeza Josep Pla. Nosotros queremos añadir a los artículos costumbristas de
Gabriel Miró, si Miró no estuviera tan obsesionado por la metáfora y la
utilizar solo allí donde es conveniente, como hace Alfonso Armada, cuyo talento
para la crónica hace tiempo que no deja lugar a dudas.
El
vehículo es un Seat Ibiza, último representante de los pequeños coches
nacionales, y los contertulios son gente mayor. Los ancianos son quienes le
ayudan a construir esta Yoktapanwpha nacional, en la que destacan las capillas
mudéjares, las obras abandonadas, los últimos de su especie en ciertas labores
y el odio por los centros de interpretación, como si el mundo precisara de
técnicos para que lo interpretaran en lugar de un conocimiento directo. El
libro trata sobre un mundo que ya no reconoce quien escribe. Y posiblemente
quien lo lea. Es un lamento y en ese sentido tiene algo de generacional. Lo
cual nos ha llevado a una reflexión. Ahora que se recuerda Mayo del 68, se
recuerdan los paraísos perdidos de Mayo del 68 y también los que deja la España
vacía, hay un tema de fondo que Alfonso Armada no se atreve a sacar, pero que
en algún momento el lector se planteará. Aunque apenas tuviera diez años cuando
los estudiantes de París comenzaron ese movimiento, él es un heredero del
mismo, porque reniega de lo que nos intentan vender como algo efímero y que fue la semilla de lo
mejor de nuestra civilización: los movimientos ecologistas, los movimientos por
la igualdad de género, los movimientos contra la explotación laboral, los movimientos
a favor del respeto étnico y la denuncia de la muerte de las culturas, y tantas
otras cosas. Entre ellas, esta ola de libros y espacios sobre el lamento de una
pérdida, de la que Por carreteras
secundarias participa. Lo que llama la atención es que esos movimientos
fueran, en gran medida, conservadores. No cabe duda, por ejemplo, si hablamos
de la protección de la naturaleza. No es este un espacio para entrar en el
debate, sino para arrojarlo al aire, esperando que alguien recoja el guante.
Nuestra intuición, tras la lectura de este libro, es que en el mundo neoliberal
los movimientos más progresistas, en el sentido en que se decía progresista en
Mayo del 68, son conservadores. Pero el problema radica en el “dibujo arbitrario”
y en ese “históricamente”. Porque tal vez lo que debamos corregir sea un modelo
económico neoliberal, basado en el crecimiento, un invento de los economistas
de principios del siglo XX. Es decir, que los economistas deberían tener más
imaginación. Eso por una parte. Pero por otra está el concepto de estado en la
historia. Estamos hablando de otra creación de corte napoleónico. Tal vez ya
sea hora de que la sociedad civil se ponga en marcha y salte sobre la política
de estados modernos para crear otro orden social. Porque damos por supuesto que
la sociedad tiene que estar ordenada en estados, y eso es una idea implantada,
como lo es la del crecimiento económico. Dos algoritmos en el ordenador de
nuestra cabeza que deberíamos desterrar, para recuperar así lo bueno de esos
territorios que se mueren, para resucitar el crepúsculo que empaña el tono de
este magnífico libro, y convertirlo en la ilusión de un nuevo día, de un nuevo
Mayo del 68.
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