Pirenaica
Ander
Izagirre
GeoPlaneta
Barcelona,
2018
284
páginas
Lo
difícil es hacer de la vida algo sencillo. Una bicicleta por hogar no quiere
decir que todo lo que necesites para vivir durante una temporada quepa en las
alforjas de un aficionado al cicloturismo. Nada de eso. La bicicleta es el
medio de transporte reducido al esqueleto y que obliga al esfuerzo del viajero.
Al esfuerzo físico, desde luego, pero también a soportar con humor las
penurias. En realidad, lo único que necesita un viajero es una tarjeta de
crédito. Pero no se trata de eso, porque supondría quitarle todo el
romanticismo al paisaje. La bicicleta y los Pirineos forman todo lo que
necesita Ander Izagirre (San Sebastián, 1976) para trazar un proyecto de vida.
Sencillo y hermoso. Como en cualquier deporte de naturaleza, se dispone del
campo de juego más bonito. Y luego está el aprendizaje. Porque exige una ruta y
esa ruta es algo que se ha trazado a lo largo de la historia. Desde los
esclavos del siglo XX, perdedores de una guerra civil, hasta el Cantar de Roldán. Y pasando, cómo no,
por la permanente presencia de Induráin.
Ander
Izagirre sale desde su casa para atravesar por completo los Pirineos, de oeste
a este, saltando la frontera hacia Francia y de regreso, para subir así los
puertos más míticos. Aunque con forma de diario, casi de guía de viajes, se
trata de crónicas de las catorce etapas en las que divide el viaje. Como en una
guía que se precie, se detalla lo que surge a su paso, en esta ocasión con el
estilo de alguien que ya está muy bregado en eso de la prosa para el reportaje.
Al mismo tiempo que se cuentan las anécdotas, para que no todo sea información
objetiva, para dar fe de que el viaje merece la pena, se abandona el
pensamiento al pasado. Se mencionan gestas del Tour de Francia, por ejemplo,
que no deberían caer en olvido. Como la de aquel que en los albores de la
prueba tuvo que parar durante cuatro horas en un pueblo para ir a la forja de
un herrero y fabricarse un tubo con que reparar la bicicleta. Desde ahí hasta
Chris Froome, Izagirre no oculta su pasión por un deporte que practicó y del
que ahora disfruta. La necesidad de contar esas experiencias, así como de
expresar su parecer sobre la historia y capitalización de Andorra o la farsa
que se llama Dalí, pues el viaje termina cerca de Cadaqués, el libro es una
divertida travesía llena de belleza. Cada valle, cada cumbre, cada pueblo,
incluso cada lluvia, se merece el reflejo en un libro editado con un esmero
bastante alejado de lo convencional.
Hay
osos eslovenos y ermitas románicas, verde esmeralda y niebla, rampas de todas
las dificultades, muchas rampas de muchas dificultades, mitos y más mitos,
deportivos, religiosos, culturales, un tipo que nos narra y que casi no nos
damos cuenta de que estamos haciendo el viaje con él, porque se expresa con la
sencillez con que te contaría el viaje un amigo. Esa es, posiblemente, la
palabra: amigo. Los viajes a los que nos tenía más acostumbrados Izagirre
requerían de un espíritu más guerrero, de otro tipo de valor. Pero la lectura
de este libro, en realidad breve, a lo que más se asemeja es a las cartas que
te escribiría un amigo, en tiempos de correo postal, y luego a la cena con él,
en la que el protagonista del viaje no es tu amigo, sino todo lo que rodea al
viaje. Tanto en la geografía humana y divina como en el espectro temporal.
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