miércoles, 20 de junio de 2018

PIRENAICA


Pirenaica
Ander Izagirre
GeoPlaneta
Barcelona, 2018
284 páginas

Lo difícil es hacer de la vida algo sencillo. Una bicicleta por hogar no quiere decir que todo lo que necesites para vivir durante una temporada quepa en las alforjas de un aficionado al cicloturismo. Nada de eso. La bicicleta es el medio de transporte reducido al esqueleto y que obliga al esfuerzo del viajero. Al esfuerzo físico, desde luego, pero también a soportar con humor las penurias. En realidad, lo único que necesita un viajero es una tarjeta de crédito. Pero no se trata de eso, porque supondría quitarle todo el romanticismo al paisaje. La bicicleta y los Pirineos forman todo lo que necesita Ander Izagirre (San Sebastián, 1976) para trazar un proyecto de vida. Sencillo y hermoso. Como en cualquier deporte de naturaleza, se dispone del campo de juego más bonito. Y luego está el aprendizaje. Porque exige una ruta y esa ruta es algo que se ha trazado a lo largo de la historia. Desde los esclavos del siglo XX, perdedores de una guerra civil, hasta el Cantar de Roldán. Y pasando, cómo no, por la permanente presencia de Induráin.
Ander Izagirre sale desde su casa para atravesar por completo los Pirineos, de oeste a este, saltando la frontera hacia Francia y de regreso, para subir así los puertos más míticos. Aunque con forma de diario, casi de guía de viajes, se trata de crónicas de las catorce etapas en las que divide el viaje. Como en una guía que se precie, se detalla lo que surge a su paso, en esta ocasión con el estilo de alguien que ya está muy bregado en eso de la prosa para el reportaje. Al mismo tiempo que se cuentan las anécdotas, para que no todo sea información objetiva, para dar fe de que el viaje merece la pena, se abandona el pensamiento al pasado. Se mencionan gestas del Tour de Francia, por ejemplo, que no deberían caer en olvido. Como la de aquel que en los albores de la prueba tuvo que parar durante cuatro horas en un pueblo para ir a la forja de un herrero y fabricarse un tubo con que reparar la bicicleta. Desde ahí hasta Chris Froome, Izagirre no oculta su pasión por un deporte que practicó y del que ahora disfruta. La necesidad de contar esas experiencias, así como de expresar su parecer sobre la historia y capitalización de Andorra o la farsa que se llama Dalí, pues el viaje termina cerca de Cadaqués, el libro es una divertida travesía llena de belleza. Cada valle, cada cumbre, cada pueblo, incluso cada lluvia, se merece el reflejo en un libro editado con un esmero bastante alejado de lo convencional.
Hay osos eslovenos y ermitas románicas, verde esmeralda y niebla, rampas de todas las dificultades, muchas rampas de muchas dificultades, mitos y más mitos, deportivos, religiosos, culturales, un tipo que nos narra y que casi no nos damos cuenta de que estamos haciendo el viaje con él, porque se expresa con la sencillez con que te contaría el viaje un amigo. Esa es, posiblemente, la palabra: amigo. Los viajes a los que nos tenía más acostumbrados Izagirre requerían de un espíritu más guerrero, de otro tipo de valor. Pero la lectura de este libro, en realidad breve, a lo que más se asemeja es a las cartas que te escribiría un amigo, en tiempos de correo postal, y luego a la cena con él, en la que el protagonista del viaje no es tu amigo, sino todo lo que rodea al viaje. Tanto en la geografía humana y divina como en el espectro temporal.

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